Los tres Juanes y el negrito



Éstos eran tres Juanes muy fuertes, todos tenían su gracia. A uno le decían Juan Majafierros, porque agarraba una vara gruesa y era capaz de quebrarla en la rodilla. Al otro le llamaban Juan Vuelatejas, porque podía aventar una piedra de un cerro a otro. Y al tercero le llamaban Juan Sacapinos, porque arrancaba los árboles grandes con tan sólo palanquearse.

Un día, los tres decidieron juntarse para ir a vivir a otra parte en donde consiguieran trabajo.

Cuando llegaron a su nueva casa, acordaron que dos de ellos iban a salir a trabajar y el otro se quedaría a preparar la comida.

Juan Sacapinos se quedó de cocinero. Preparó un cazo hirviendo de chicharrones, pues el día anterior habían matado una vaquilla. En eso estaba cuando llegó un negrito y le preguntó qué estaba haciendo.

—Estoy friendo unos chicharroncitos para llevarles de comer a mis compañeros que están trabajando.

—Pues fíjate que te los voy a mear y los enveneno.

—¿Y tú crees que te voy a dejar? ¡Nada de eso!

Y se pusieron a dar vueltas alrededor del cazo. Uno avanzando y el otro defendiendo sus chicharrones. Pero el negrito logró mear la comida y Juan Sacapinos se quedó muy preocupado.

En la noche, cuando regresaron los otros Juanes, le preguntaron por qué no les había llevado de comer.

—Fíjense que vino un negrito maloso que tiene orines de veneno y meó los chicharrones.

—Pues mañana me quedaré en la casa, a ver si a mí me orina la comida —dijo Juan Vuelatejas muy enojado.

Al otro día, mientras estaba friendo su comida, llegó el negrito.

—Quihubo ¿Ya estás haciendo otra vez tus chicharrones?

—Pues sí. Pero si vienes a mear la comida, no vas a poder.

—¡Ja! Seguro que sí.

Y que se agarran a vuelta y vuelta. El negrito tardó más tiempo para mearlos, pero lo logró.

—Újule! ¿Y ahora qué les llevo de comer a mis compañeros? —se preguntó Juan Vuelatejas.

Al anochecer, llegaron los dos Juanes del trabajo y le preguntaron cómo le había ido con el negrito.

—Pues muy mal. Logró mear los chicharrones y por eso no pude llevarles de comer.

—¡Ah! —dice Juan Majafierros, agarrando su machete— Esto no se queda así.

Al amanecer, Juan Majafierros se quedó en la casa. Estaba haciendo su fritanga, cuando vio llegar al negrito.

—¿Qué buscas, negrito maloso? —preguntó.

—Pues vengo a mearte los chicharrones.

—Te equivocas, a mí no me vas a mear nada.

—Claro que sí.

Y ahí se ponen a correr alrededor, el negrito queriendo mear la comida y Juan Majafierros amenazándolo con su machete. De pronto, el negro se dio una arrimadita y meó los chicharrones. Juan tiró un machetazo y le tumbó una oreja.

El negrito, desorejado, se echó a correr dejando un hilillo de sangre por donde iba. Juan Majafierros recogió la orejita y la guardó en su bolsa.

—Bueno, la guardaré como un recuerdo de tanta maldad que nos hizo este canijo.

En la tarde, cuando llegaron los otros Juanes, Majafierros les explicó:

—Pues sí logró mear los chicharrones, pero yo le corté una oreja. Miren, ahí está la sangre, hasta podemos seguirlo.

—Sí, que no se nos vaya, al fin está chiquillo —dijo Juan Vuelatejas.

Al otro día, se pusieron a seguir el rastro de sangre. Y ahí van camine y camine. Tanto y tanto caminaron que casi perdieron la esperanza. De pronto, llegaron a un agujero muy grande y profundo en donde se perdía el hilillo de sangre. Entonces fueron por sogas al pueblo más cercano para poder descolgarse dentro del hoyo.

Juan Sacapinos decidió entrar primero:

—Si les muevo la reata, me sacan luego luego, porque algo vi —les indicó.



   

Iba muy adentro cuando se encontró con una serpiente de siete cabezas. Jaló la soga y sus compañeros rápidamente lo sacaron.

—Se me hace que no vamos a poder, está trabajoso —dijo muy desilusionado Juan Sacapinos.

—Pues ahora me meto yo —propuso Juan Vuelatejas.

Ya muy adentro, Vuelatejas encontró un toro bravo que le aventaba cornadas. Inmediatamente jaló la reata y lo sacaron. Les contó que el toro quería matarlo, pero Juan Majafierros les dijo muy valiente:

—Para mí que son azoros. Ora voy yo y, entre más mueva la reata, más me bajan.

Ya adentro del hoyo, Juan Majafierros no hizo caso de la serpiente ni del toro y siguió bajando. En las profundidades encontró una cueva bien grandota, muy amplia, con unas casas muy bonitas.

Tocó en la primera puerta que halló y salió una princesa. Le preguntó por el negrito. La muchacha no le contestó.

 

—¿Quién es su marido? —volvió a preguntar.

—Mire, váyase, porque mi marido es un toro bravo.

—Pues échemelo pa' fuera. También a él lo vengo a buscar.

La princesa le habló a su marido. El toro salió bufando y Juan Majafierros lo degolló de un machetazo.

Juan tocó a la siguiente puerta, de donde salió otra princesa.

—¡Ay, señor! ¿Qué anda haciendo por aquí si nunca nadie había venido?

—Vengo en busca de un negrito. Por aquí debe de andar pues lo vengo siguiendo por su rastro de sangre.

—Mi marido es una serpiente de siete cabezas, mejor váyase porque lo mata.

—Pues échamela pa' fuera.

Al salir la serpiente, Juan la recibió a machetazos y la liquidó.

Al tocar en la tercera puerta, salió otra princesa.

—Pero, hombre, ¿qué anda haciendo aquí?

—Mire, vengo en busca de un negrito. Tiene que estar aquí porque en las otras casas no estaba.

—Pues sí, el negrito es mi marido. Pero mejor váyase, porque si lo ve lo mata.

—¡Qué me va a matar! Échemelo pa' fuera.

Pues que sale el negrito, pero se detuvo en la puerta porque se quería esconder, no quería enfrentarse. Como pudo, se peló y no paró hasta salir del hoyo.

—¿Quihubo, no que era bravo tu marido? Hasta salió huyendo.

—Ay, señor —contestó la princesa—. Qué bueno, las tres teníamos muchos años de estar aquí encantadas. Ese negrito es el que nos traía de comer, nadie más entraba aquí.

 
   


—No te preocupes, ahorita las desencanto. Ya nos podemos ir porque ya maté a los maridos de tus hermanas y el negrito se fue.

Las princesas se reunieron para salir y cada una le dio a Majafierros una mascada de diferente color. Con las reatas los Juanes fueron sacando a las princesas.

Ya estando arriba, los Juanes exclamaron:


   
 

—¡Mira nada más qué hermosuras estaban perdidas allá abajo!

—Ya nada más falta su compañero —dijeron las princesas. Pero Juan Sacapinos y Juan Vuelatejas recogieron las reatas y dijeron:

—Bueno, ahora sí, vámonos.

—¡Cómo que vámonos si todavía falta Majafierros! —protestaron las princesas.

—¡Ah, no! Ése ya no, que se quede —dijeron los dos Juanes, quienes ya le tenían envidia a su compañero por haber sido el más valiente.

Mientras tanto, Juan Majafierros se imaginó lo que sucedía

—¡Cómo no subí primero! Ya me quedé aquí abajo.

En esas estaba, cuando de pronto llegaron las reatas. Sin embargo, dudó que los otros Juanes quisieran realmente subirlo. Así que decidió amarrar una piedra antes de dejarse sacar. Enseguida dio la señal. Y se fue la piedra para arriba. Estando a medio tramo, que lo dejan caer dizque accidentalmente. Entonces, los Juanes pensaron que ya habían matado a su compañero. Pero Juan Majafierros seguía vivo, aunque solo y triste.