Juan Majafierros y la oreja del negrito
Enseguida, Juan Majafierros echó a andar. Poco antes de llegar a donde vivía con sus compañeros, se acercó a una casa del camino a pedir posada a una viejecita, presentándose como pordiosero. Los dos se pusieron plática y plática hasta muy tarde. Fíjese nomás, buen hombre, las hijas de un rey de por aquí estaban encantadas. Pero dos hombres las sacaron de un agujero y las desencantaron. Así que mañana va a comenzar una fiestona de tres días. Va a estar muy bonita, con jaripeo y toda la cosa. Y luego, los Juanes se van a casar con dos de las princesas. Oiga, ¿y usted va a ir a la fiesta? Pues sí, la verdad es que tengo ganas de ir. Pero no hay nadie que me cuide mi casa. Cómo no, señora, yo se lo cuido.
¡Ay, Juanito! le dijo. Nomás hubieras visto qué bonito estuvo todo aquello. Pero más asombroso fue cuando llegó un caporal, tan bueno que dejó a toda la gente admirada. Al día siguiente sucedió lo mismo. Juan Majafierros le pidió al negrito otro traje de charro y diferente caballo. Cuando entró a la plaza de toros, la gente volvió a admirarse. Majafierros era el que mejor lucía allí. El rey, que lo había visto desde el día anterior, mandó llamarlo. Y se fueron los criados a buscarlo. Pero, cada que querían acercársele para llevarlo ante su rey, Juan se les escabullía. Así anduvieron casi toda la noche. Poco antes de acabarse la fiesta, Juan se fue a la casa de la viejecita. Se cambió y volvió a quedar como pordiosero. Juanito, ¿dónde estás...? Hoy la fiesta estuvo muy bonita. Pero fíjate que hay un misterio: no se sabe quién es ese jinete que llega cada noche a lucirse. Al tercer día, Juan Majafierros volvió a sacar la orejita, le dio su apretoncito y le pidió al negrito el traje de charro más elegante que pudiera concederle y el mejor caballo. Estando la fiesta en pleno, entró Juan Majafierros montado en su caballazo. Sacó las tres mascadas que las princesas le habían dado cuando las desencantó y se las atravesó en el cuello. Luego, para lucirse, pasó frente al palco donde estaba el rey con sus hijas. En eso, las princesas vieron a ese caballero con semejante cuaco y dijeron: ¡Mira, papá! ¡Ese hombre fue quien nos sacó de la cueva donde estábamos encantadas! ¡Cómo! ¿Y los hombres con los que se van a casar? se asombró el rey. Es que estos dos Juanes nunca quisieron sacarlo de la cueva del negrito, de pura envidia que le tenían. ¿Y por qué no me lo habían dicho antes? Porque los otros Juanes nos amenazaron. En eso, los hombres del rey rodearon a Juan, quien se dejó conducir ante el soberano.
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