La changuita

 

Había una vez una changuita traviesa con la cola larga. Como quería tenerla más pequeña, un día le pidió al peluquero:

—Córtame mi colita.

—No, porque te duele —dijo el peluquero.

—No me duele, córtamela.

En cuanto le cortaron la cola, la changuita
se puso a llorar.

—¡Ay, ay, mi colita! Ahora me das una
de tus navajas.

—No changuita, no te doy nada.

 

La changuita agarró la navaja y se salió por la ventana.

Caminó un rato hasta llegar donde unos señores cortaban varas para hacer guacales y les ofreció:

—Les presto mi navajita para que corten sus varas.

—No changuita; las varas están duras y se rompe
—le contestaron los señores.

—No se rompe; luego vengo por ella.

Pues se rompió la navaja y la changuita dijo muy enojada:

—Ahora me llevo uno de sus guacales.


 

Y antes que le dijeran que no, se subió a un árbol con todo y guacal. Pudo irse sin que la vieran, brincando de rama en rama y se detuvo al ver a unos muchachos acarreando ollas en un guacal viejo. La changuita les propuso:

—Tengan, les presto mi guacal para que acarreen sus ollas.

—No, porque las ollas pesan mucho y se va a romper
—respondieron los muchachos.

—No se rompe; al rato regreso por él.

Total que el guacal se rompió y la changa se fue llevándose una olla.


De pronto, vio a una señora ordeñando una vaca con una olla fea y ofreció prestarle la suya.

—No, porque la vaca da patadas y la quiebra —le advirtió la señora.

—No la quiebra; en la tarde paso por ella.

De una patada la vaca rompió la olla con todo y leche, así que la changuita dijo:

—Pues ahora me llevo un becerro.

—¿Cómo que un becerro? No te voy a dejar.

Pero la changuita era buena lazando y antes de que la mujer pudiera detenerla, con un lazo atrapó al becerro para montarlo y huir hasta una escuela donde había muchos niños traviesos.

Como ya se sentía cansada, le encargó el becerro a unas maestras, que le contestaron:

—No, changuita, los niños son traviesos y le pegan.

—No le pegan, mañana vengo a recogerlo.

En cuanto la changuita se fue, los niños jinetearon al becerro y lo molestaron tanto que se fue huyendo de la escuela. Al saberlo, la changuita reclamó:

—Ya que dejaron ir a mi becerro, me llevo una niña.

Sin hacer caso de las maestras, metió a la niña en un costal, pero estaba pesada y hacía calor, así que la changuita ya no la aguantaba. Al ver por allí una tienda, le pidió al dueño:

—Oiga, ¿me guarda mi costal? Tiene frijoles.

—Bueno, déjalo donde no estorbe —le autorizó el dueño.

 

La changuita se fue muy confiada, pero la niña empezó a gritar para que la sacaran del costal. Luego de sacarla, el dueño se puso a llenar el costal de arañas, abejas y alacranes. Ya lo tenía listo cuando la changuita llegó a recogerlo. Iba muy contenta, pero de pronto le picaron los animales: un piquetito por aquí, otro por allá.

—Niña, no me piques con tu aguja que te voy a tirar del costal —gritó la changa mientras los animalitos la seguían picando.

—¡Ay, ay! Ni modo niña, te lo advertí —dijo la changuita al tirar el costal.

Luego luego salieron todos los animales para picarla todavía más. Muy adolorida, regresó a la tienda.

—Oiga, usted puso animales en mi costal y me dejaron toda picoteada.

—Yo no fui —se defendió el dueño.

—Sí, cómo no. Ahora me tiene que dar pan, queso y una guitarra.

Más tardó la changuita en decirlo que en llenar su costal de pan, queso y una guitarra. Adolorida, se subió a la copa de un árbol con su costal para sobarse las picaduras. Allí se puso a tocar la guitarra y a cantar esta canción:


 

De mi colita
una navajita,
de mi navajita
un guacalito,
de mi guacalito
una ollita,
de mi ollita
un becerrito,
de mi becerrito
una niñita,
de mi niñita,
puros piquetitos
tun te te, tun te te
no lo vuelvo a hacer.