En muchos cuentos, los hermanos menores reciben un premio por ser los más valientes de una familia, pero antes tienen que enfrentar algunas pruebas, como las que pasó Juan al encontrar a un animal muy especial.

La mula Canonea


 


En un pueblo lejano, un señor ciego tenía tres hijos. Como quería recuperar la vista, cierto día mandó a su hijo mayor a conseguir agua para curar sus ojos. El joven se fue, pero pronto se gastó el dinero que llevaba y por pelearse con unos pastores lo metieron a la cárcel.

Después de unos días, el señor le hizo a otro de sus hijos el mismo encargo, pero el muchacho prefirió irse a pasear con sus amigos.

Sólo quedaba Juan, el hijo menor, quien se ofreció a buscar el agua de la vista. Aunque su papá no lo dejaba ir pues era muy joven, al final le dio permiso.

 

Juan salió al monte. Luego de mucho caminar vio a un viejito sentado junto a un arroyo.

—¿Adónde vas? —le preguntó.

—Voy a conseguir el agua de la vista.

—Yo te digo dónde está, pero debes hacer lo que te mande.

—Sí, señor.


—Mira, en aquel cerro hay una cueva donde viven unos moros, que son hombres muy malos. Allí tienen agua de la vista en unas botellas bonitas y en otras rotas. Cuando entres a la cueva, agarra una botella rota, no vayas a traer una de las bonitas.

—Pero, ¿cómo entro a la cueva sin que me vean?

—Ah, pues fíjate en los moros.
Si abren los ojos, es que
duermen; si los cierran,
están despiertos.

 

 

 

Cuando Juan llegó a la cueva los moros tenían los ojos abiertos, así que se metió sin hacer ruido. Encontró las botellas, pero como le gustaron mucho las bonitas, quiso llevarse una. En cuanto la tomó, los moros despertaron.

—¿Qué haces? —preguntaron enojados.

—Quiero llevarme una botella con agua de la vista para mi papá —dijo Juan.

—Sólo te la daremos si traes a una mula llamada Canonea, que tienen los moros de aquella cueva —le respondieron.

 

 

Juan salió a buscar al anciano para pedirle ayuda. Lo halló a la sombra de un árbol y le platicó lo sucedido.

—Eso te pasa por no obedecer. Ahora ve a esa cueva —le dijo el anciano señalándole adónde ir—. En un corral hay varias mulas sanas y una que tiene roña; ésa es la que debes traer.

Juan entró en la cueva sin que lo vieran, pero no le gustó la mula enferma y quiso llevarse una sana. Los moros despertaron y como condición le pidieron a una princesa que tenían otros moros.

Cuando el viejito vio llegar a Juan sin la mula, se imaginó que lo había desobedecido. Aún así le ayudó otra vez, diciéndole:


—En aquel cerro encontrarás a la princesa; la vas a reconocer porque tiene la nariz chueca. Aunque veas más niñas, sólo tráela a ella.

Esta vez Juan obedeció y pudo llevarse a la princesa sin que los moros despertaran. Juan no se había fijado bien en la princesa, pero una vez afuera se sorprendió al verla muy bonita.

 

Juntos buscaron al anciano, quien los estaba esperando cerca de la cueva de los moros.

—Ve por la mula, pero antes de entregar a la princesa, dices: "mulita Canonea, a cada paso corre veinte leguas" —le ordenó el viejito.

Al llegar a la cueva, los moros estaban afilando sus navajas.

Juan entró a decirles:

—Traigo a la princesa que me pidieron.

—Muy bien, ya puedes llevarte a la mula —contestaron los moros.

—¿Me dejan pasear un rato a la princesa en la mula? —pidió Juan.

—Bueno, pero no te tardes.

Juan subió con la princesa al animal y le
dio la orden:

—Mulita Canonea, a cada paso corre veinte leguas.

 

La mula corrió tan rápido que los moros no alcanzaron a verlos. Después, Juan dejó a la princesa con el anciano y fue a la cueva donde estaba el agua de la vista. Allí dijo:

—Vengo a entregarles a la mula Canonea.

—Entonces toma la botella con el agua de la vista —respondieron los moros.

Después de agarrarla, Juan se subió a la mula diciendo:

—Mulita Canonea, a cada paso corre veinte leguas.

Así pudo escapar sin que lo persiguieran y en un momento estuvo con el viejito. Luego de agradecerle su ayuda, Juan regresó con la mula a su casa, llevó el agua para devolverle la vista a su papá y se casó con la princesa.