Presentación


Un día conocí a un hombre que viajaba sin rumbo. No tenía casa ni familia y se había prometido a sí mismo quedarse a lo más, una noche en cada lugar al que llegara. No le interesaba poseer cosas, sólo atesoraba recuerdos en su memoria. Allí estaba presente lo más bello de los sitios que había conocido, así como los olores más extraños y maravillosos atardeceres.

Gracias a eso nunca sintió soledad durante su viaje interminable. Si por un momento estaba aburrido, se entretenía inventando historias donde los personajes eran aquéllos con quienes se encontró mientras recorría los caminos. En su mente aparecían cuentos de animales de mil patas y seis ojos, de gente que siempre tenía una sonrisa en la boca o de senderos enredados que luego de muchas vueltas llegaban al mismo lugar.

Lo único malo era que el hombre tenía poca oportunidad de compartir sus invenciones, pues los niños le temían a su barba y a su aspecto descuidado y los adultos sentían poco interés en hablar con él.

Yo tuve mucha curiosidad y vencí el miedo, por eso me acerqué a escuchar al viajero. Ahora conocerás la historia que me contó.