Aserrín


Por ahí dicen: "Sus padres los hacen y ellos se juntan"; tal vez por eso nos encontramos él y yo, en una de esas noches en que se me ocurre abrir el gran ropero de los recuerdos que hizo el abuelo de mi abuelo y ha servido, desde aquel lejano tiempo, para guardar la herencia de la familia: trapos viejos, cachuchas usadas, fotografías con olor a guardado, cucharas de peltre, todas despostilladas, y otros trebejos.

Les digo que fue cosa de cuento porque:

En el cuarto abandonado y oscuro, donde yo descansaba siempre que regresaba de los largos viajes de trabajo que hacía con un circo, estaba ese ropero que les digo. Era un muchacho de madera quien, en cuanto se abría la puerta y entraba toda la luz posible de la noche, abría sus ojos de espejo y se le llenaban de chispas instantáneas...

Era un ropero, sí; pero para mí era, en ese momento, un amigo que reía con los ojos cuando me acercaba. Un amigo que abría los brazos para dejarme ver todas las cosas que tenía guardadas...

Ahí conocí a Aserrín, mientras sacaba cosas del ropero: la fotografía de quién sabe quién, con los ojos mirando a no sé dónde; el periódico de no sé dónde, diciendo que les iban a dar la tierra a los campesinos quién sabe cuándo...

Un día, mejor dicho, una noche, mientras sacaba y sacaba esto de aquí y aquello de allá, fue a parar a mis manos un guante blanco...

¿Que un guante no es nada del otro mundo?...

Pues este guante no era igual a los demás. Ahora verán:

El guante que les digo tenía un sombrero negro en el dedo de enmedio; y abajo del sombrero, unos ojos de cartón, negros; y abajo de los ojos, una nariz de cartón; y abajo de la nariz, una boca de cartón, también negra...

¿Que eso no tiene chiste?...

Pues ustedes no están para saberlo, pero como yo sí estoy para contarlo, les diré que me pareció bonito, a simple vista, y nada más; sólo que, cuando metí mi mano en él, ésta empezó a sangolotearse, a tener vida propia, sin que yo la pudiera controlar: ya se estiraba, ya se tallaba los ojos de cartón..., daba la impresión de ser alguien que despertaba de un largo sueño.

Hice el intento de que mi mano volviera a ser mi mano: no fue posible, aún cuando con la otra quise someterla. Por si eso fuera poco, comenzó a hablar:

—¿Se puede saber por qué tienes tu mano puesta sobre mí?

Un poco sorprendido le contesté:

—Es que tú también eres mi mano...

—Yo no soy tu mano, soy Aserrín.

—¿Aserrín?... pero si...

—Sí, Aserrín Aserrán, hijo de Doña Borra y Don Pajita. Y tú eres Absurdino...

Así fue como lo conocí. Desde entonces, cada noche que puedo, voy: el ropero abre sus brazos de madera y yo saco a Aserrín, lo pongo en mi mano, como quien dice: lo voy haciendo aparecer mientras digo:

¡Aserrín Aserrán!
"los maderos de San Juan
piden pan,
no les dan,
y entre todos lo consiguen, tra-lalán,
después se ponen a inventar un cuento".


Luego me narra alguna historia, o algo como de cuento. Finalmente, una vez que se ha dormido, lo quito de mi mano suavemente y lo dejo dormir, dentro de nuestro amigo el ropero, cual blando es.

Yo sigo pensando que Aserrín es un compañero, lo que se dice, un buen amigo: como cosa de cuento, como cosa de "jugar a la vida", como cosa de jugar con alguien a inventar un cuento. ¿Y ustedes?

¡Hasta cualquier día de éstos!

   

Antonio Ramírez Granados.

Antonio se encontró un guante con ojos, con boca, con sombrero y con nariz. Y de allí sacó un cuento. Tú también puedes hacer un muñeco con trapos y hacer un cuento con él.