Episodio del cometa que vuela
Se han soltado los vientos, madre, y es bueno que me fueras dando para
comprar un papalote en figura de sol: grande y colorado, la armazón de
carrizo y los tirantes de hilacho. No quiero, como otros años, comprar
un papalotito de popotes, hecho con papel de china y los tirantes de engrudo,
para nomás ir corriendo por la calle, contra el viento, sin que se sostenga
solo con el aire, ni se atore en los alambres de la luz, ni con cualquier
rabieta caiga al suelo y se rompa. Iré al campo, hasta el algodonal o
las trojes de Oblatos; si no quieres, madre, que vaya tan lejos, subiré
a la azotea; verás qué bonito, sin necesidad de correr, el aire coge mi
papalote; yo tendré que hacerme fuerte para que no me lleve; si colea,
no será para caerse; verás qué bonito irá subiendo aprisa, casi arrancándome
el hilo de las manos; en lo alto, madre, la figura de sol parecerá que
se ríe y yo tendré el gusto de sujetarla y moverla a mi antojo, como si
moviera y sujetara, con un cordón, al sol de veras, títere de mis juegos.
El cielo está azul parejo, no hay una nube y los vientos, madre, se han
soltado.
Bonito el papalote que me compraron, como yo lo quería, en figura de
sol. De éstos no hay con doña Gerarda, ni en el tendajón de "Las quince
letras", ni en "La gloria" con don Asunción.
Me lo compraron en el mercado "Corona". Para que no vaya a rabiar, necesita
una cola de a dos metros: se la estoy haciendo con las garritas de un
vestido viejo que ya no se pone mi mamá. Va a quedar bueno; verán qué
alto sube; quiero que se pierda, chiquitito, en dirección de las torres
de San José, pero muchísimo más alto que las torres de Catedral. Les aseguro
que nadie, en el barrio, ha subido tanto un papalote...
¿Qué haré de hilo? Necesito un cordón largo para que el sol vuele altísimo,
y macizo, para que no se me reviente. Cuesta mucho, lo sé, madre, y a
veces no ajustamos ni para comer. (¡Cómo me dio tristeza el día que saliste
con un bulto, debajo del rebozo, en dirección al Montepío!) No quiero
que me lo compres, porque ya sé que tendrías muchas noches de desvelada,
volteando y cosiendo el doble de cortes que puedes hacer de la mañana
a la noche, sin descansar. ¡Tan duro el cuero y tanto que te quejas de
tus pulmones, y fuerza de estar sobre la máquina, pedalea y pedalea! No,
madre, a ver cómo le hago para juntar un cordón largo y resistente, ¡Qué
gusto irá a darte, dejar un ratito la máquina y salir, cuando te grite
desde la azotea, para que veas mi papalote más alto, muchísimo más alto
que las torres de Catedral!
La tarde está de modo. Se han alzado los vientos, blandamente, sin furia
y parejos. Colgando en el zaguán, y triste, el papalote quiere volar;
con un hilo largo, llegaría a las nubes. Sin decir a mi madre, tomaré
el carrete nuevo de hilo encerado...
Sacaré del cajón el carrete; al cabo es por un rato; luego lo envolveré
cuidadosamente, y mi madre se alegrará de mi alegría; ¡manejar el sol
con un hilo, como los títeres!
Ya está. Ya está subiendo. Más aprisa y más suave de lo que me imaginaba.
El papalote se mueve de un lado a otro, como si bailara de gusto, camino
del cielo. Con unos cuantos tirones, sin correr casi, el aire lo cogió
luego, luego. Sentado en una barda, voy soltando el carrete. Ya está más
alto que San José. Estiro, y bien pasa un minuto, hasta que el sol se
mueve a mi mandato. Hago fuerza para que no me arranque el hilo: ¡qué
macizo es: no se revienta ni con los más recios jalones! Un ratito que
lo suelto, se lleva medio carrete. Ya se ve muy alto, lejos, reducido,
colorado y alegre como una chispa sobre el cielo sin nubes.
¡Madre, sal un ratito al patio, alza la cabeza, madre, mira qué
gloria!
En esto, siento que el hilo se zafó y el carrete, vacío como una canilla
seca, rueda por la azotea. Y no sé si ver el papalote que sigue subiendo
o a mi madre que se asusta porque corté en seco mis gritos de alegría.
Estoy despavorido, como si fuera cayéndome a un pozo sin fondo; como si
la tierra se derrumbara. El papalote, chiquito, como globo que se pierde
en el cielo, va muy lejos, muy alto, más allá de Catedral, yo creo que
por Analco; apenas se distingue la manchita colorada, alegre; y no colea,
ni se cae; como si los ángeles se lo robaran, camino del paraíso. Se me
ha nublado el sol, la tarde, la vista. No miro más que una manchita colorada
y un hilo largo, fuerte, encerado.
Cuando se murió mi padre, sentí igual. Que todo se acababa para mí; como
se ha acabado la tarde y la alegría y el gusto de ir con amigos y la ilusión
de salir al campo y el deber de concurrir a la escuela; quisiera que el
sol no volviera a salir y todo fuera oscuridad para esconder mi tristeza
y vergüenza. Todo se ha acabado. Y lo que más me duele es que mi madre
no me reñirá; asomará en su cara una risa buena, entristecida; me pondrá
la mano sobre el hombro; dirá, como siempre, un dulce "hay que conformarse"
y se pondrá a trabajar hasta la noche, hasta la media noche, hasta la
madrugada. El cuero de los cortes es duro y son muy exigentes los de la
zapatería, que le dan quehacer. Cuando en lo hondo de las tinieblas medio
salga del sueño que será pesadilla, oiré el pedaleo sobre la máquina,
incansable, como un reloj que me grita condenación, más terrible que los
gritos de un padre en el púlpito, amenazando eternidad. Mi papalote irá
por la Agua Azul. Cuando caiga, caerá en los cerros, sobre despoblado,
cuando esté bien entrada la noche; y el hilo, con la lluvia, se pudrirá,
como los pulmones en la sepultura; y el pedaleo me sonará como las paletadas
de los enterradores el día que llevamos a mi papá, una tarde azul, airosa,
que amenazaba lluvia. ¡Cuán triste sonaba la campana del cementerio; tan
triste como suenan las campanas, tocando la oración! Por el rumbo de la
Agua Azul, aparece el lucero de la tarde: es brillante y sereno, como
los ojos de mi madre que me habla, desde el patio, para que baje a merendar.
Agustín Yáñez.
A veces cuestan caros los papalotes hechos, tanto o más que un
kilo de tortillas. Otras veces no los encuentra uno porque ya casi
no los hacen.
¿Qué te parece si te las ingenias para hacer uno a tu gusto con
papel, varas delgadas y algunos trapos viejos que te sobren por
ahí? Luego lo elevas y lo paseas por el aire, ¡A ver qué tan alto
llega! |
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