Por los carriles del viento, Salaver y Confite siguen una liebre. Corre
tanto, que apenas la alcanzan a ver mis ojos. En cada salto que da, deja
un aliento de esperanza que ya no ha de recoger. Con la clavelina de su
cola, abanica los últimos rayos del sol y peina los cabellos de la tarde.
Pero todo ha sido inútil. Ya Salaver la ha cogido por el cuello y Confite
quisiera esconderla entre sus mandíbulas. Ahora ya regresan con ella.
Vienen satisfechos y contentos; sus ojos brillan de júbilo.
Hoy me han ganado les digo, después de ponerla a mis pies;
pero yo soy menos envidioso que ustedes. ¡Qué bonita pieza han cogido!
¿No se le habrá escapado a la luna? Te sientes orgulloso, ¿verdad, Confite?
Yo también, no lo creas. |