La liebre


Por los carriles del viento, Salaver y Confite siguen una liebre. Corre tanto, que apenas la alcanzan a ver mis ojos. En cada salto que da, deja un aliento de esperanza que ya no ha de recoger. Con la clavelina de su cola, abanica los últimos rayos del sol y peina los cabellos de la tarde.

Pero todo ha sido inútil. Ya Salaver la ha cogido por el cuello y Confite quisiera esconderla entre sus mandíbulas. Ahora ya regresan con ella. Vienen satisfechos y contentos; sus ojos brillan de júbilo.

Hoy me han ganado —les digo, después de ponerla a mis pies—; pero yo soy menos envidioso que ustedes. ¡Qué bonita pieza han cogido! ¿No se le habrá escapado a la luna? Te sientes orgulloso, ¿verdad, Confite? Yo también, no lo creas.

 

¡Pobre liebre! El brillo de tu pelo se ha empañado y la alegría de tus ojos duerme ahora en la copa de los lirios. Por las noches, cuando la luna riele a medio cielo, podrás saltar del lirio y jugar con las estrellas a espantarse. Ellas te guiñarán un ojo y tú te esconderás debajo de sus pétalos.

 

Pero cuídate, porque Salaver y Confite son capaces de cortar todos los lirios de esta falda y comérselos. Imagínatelos comiendo lirios blancos, rojos, azules, amarillos. ¿Qué refugio podría quedarte? Ninguno. Si te vieran, volverían a seguirte sobre los lirios hasta hacerte prisionera nuevamente.

 

Que los lirios guarden la alegría de tus grandes ojos en sus copas y la luna, el consuelo de llevarte estampada en su corazón.

 

Celedonio Serrano Martínez


¿Te has encariñado alguna vez con un perro?

...Y si encontraras un perro que te cayera bien, y quisieras que se llamara como nadie en el mundo, ¿qué nombre le pondrías?... A ver piénsale...

Ahora puedes inventar la historia del perro que te cae bien, y contarla.