El tlacuache y el coyote


Se paseaba el coyote por el campo cuando encontró al tlacuache echado de espaldas, con las patas apoyadas contra la peña. Estaba allí descansando tranquilamente y contemplando el paisaje.

El coyote saltó hacia él, decidido a no perderse la oportunidad de vengar viejos agravios.

—Ahora te voy a comer —le dijo.

—Pero, compadre, ¿por qué? ¿No ves acaso que estoy sosteniendo el cielo? Ya mismo se nos viene encima y nos aplasta a todos. Podrías mejor ayudarme, quedándote en mi sitio mientras yo voy por una viga. De esa manera estaremos salvados.

El coyote, muy asustado, aceptó colocarse en la misma posición en la que estaba el tlacuache, apoyando las patas contra la peña.

—Aguanta hasta que venga, compadre. No tardaré —dijo el tlacuache. —¿Me prestas tu machete para cortar la viga?

—Sí, compadre, pero vete rápido —contestó el coyote.

El tlacuache salió disparado, mientras el coyote se quedaba ahí, patas arriba. Pasó el tiempo y el tlacuache no volvía. El coyote ya se había cansado.

¿Qué andará haciendo ese tlacuache bandido que no viene? —protestaba el coyote.

   
 

Siguió esperando, sin moverse. Pronto ya no pudo más. —Me voy aunque el cielo se venga abajo —pensó y se levantó rápidamente.

Se asombró de ver que no pasaba nada, que las cosas seguían en su sitio. El tlacuache lo había engañado otra vez. Salió entonces a buscarlo, enfurecido.

Lo encontró esa noche, en la punta de un alto peñasco, comiendo tempisques a la luz de la luna llena. En cuanto lo vio venir, el tlacuache hizo como que contaba las semillas de los tempisques.

—Así quería agarrarte, compadre —dijo el coyote. Esta vez me las pagarás todas juntas.

—Pero, compadre —habló el tlacuache. —¿Ves esa casa que está allá abajo? Ahí venden ricos quesos y podemos comprar muchos, como para hartarnos.

Tentado por la propuesta, el coyote aceptó sentarse junto al tlacuache para contar las semillas, creyendo que era dinero.

—Bastante, en verdad —dijo el coyote. —Pero no veo cómo llegaremos a esa casa.

—Es fácil, compadre. Cuestión de pegar un salto —dijo el tlacuache.

—Me parece muy alto como para eso.

—No, compadre. Ya otras veces salté y nada me pasó —argumentó el tlacuache.

—Bueno, saltemos; pero los dos juntos. No vaya a ser que te quedes aquí arriba o que llegues primero abajo y te escapes.

—De acuerdo, compadre. Saltaremos juntos.

Mientras el coyote recogía todas las semillas, pensando no darle ninguna al tlacuache allá abajo, éste aprovechaba para encajar su cola en una grieta, sin que el coyote se diera cuenta.

—Preparémonos —mandó el coyote cuando terminó de recoger las semillas.

Los dos se pararon en el borde de la peña.

Cuando el coyote dijo: ¡ya!, el tlacuache saltó, pero no se movió casi de su sitio pues tenía su cola encajada.


El coyote pegó un gran brinco y voló derechito hacia la luna llena, hasta desaparecer.

Cuenta la gente que fue a caer en la luna y que todavía se le puede ver ahí de noche, parado con la boca abierta.

En adelante el tlacuache pudo vivir tranquilo, sin la amenaza del coyote.

Cuento tradicional mexicano

 

Y tú, ¿alguna vez has visto al coyote en la luna, con la boca abierta? ¿Te atreverías a salir una noche de luna llena para verlo? Si lo haces, lo puedes dibujar tal como lo veas; o si prefieres, dibújalo como te lo imaginas.