El engaño de la milpa


En lo alto de la sierra, después del tiempo de siembra, el conejo encontró en su camino una plantita de maíz. Apenas medía el largo de su diente más grande, pero aún así era muy hermosa.

—¡Ahora sí tengo una milpa para mí solito! —dijo el conejo entusiasmado.

Con esa milpa pensó hacer el mejor negocio de su vida. Se la vendería a sus amigos.


Así que fue a buscar a la cucaracha, quien seguro se interesaría en un lindo elote. No tuvo que caminar mucho para encontrarla.

—Amiga cucaracha, soy dueño de una milpa buenísima, ¿quieres comprármela?


—¿Estás seguro de que la milpa es buena? —preguntó la cucaracha.

—¡Sí! Aunque hace poco fue la siembra, las plantas ya alcanzan mi tamaño —contestó el mentiroso conejo.

—Entonces, te la compro —dijo la cucaracha y le pagó.

Feliz con su dinero, el conejo se fue a buscar a la gallina. Cuando la encontró la convenció de comprarle su milpa.

El conejo se topó después con el coyote y le ofreció su milpa, prometiendo que tendría los mejores elotes. El coyote aceptó el trato y le dio unas monedas.

Sin saber qué hacer con tantas monedas, el conejo las guardaba cuando de repente apareció el cazador rifle en mano, y para convencerlo de que no lo matara, también le vendió la milpa.



Meses después, cuando la milpa estaba lista para la cosecha y los hombres ya cortaban los elotes, la cucaracha fue a ver el conejo para recoger su maíz.

El conejo, que ya se había gastado todo el dinero, no se acordaba de la milpa ni de la cucaracha, que lo sorprendió meciéndose en la hamaca.

—Ya vine por mi maíz —gritó la cucaracha.

—¿Tu maíz? Claro, amiga cucaracha, lo tengo en mi casa —dijo nervioso el conejo.


Mientras pensaba qué mentira le diría, vio a lo lejos a la gallina que también iba por su maíz.

—Amiga cucaracha, escóndete, ahí viene la gallina y te va a comer —le gritó el conejo.

La cucaracha se metió bajo una cacerola que el conejo sostenía. En eso estaban cuando la gallina cacareó:

—¿Dónde está mi maíz, conejo?

—Adentro de mi casa, amiga gallina. Pero, ¿no te gustaría más comerte una riquísima cucaracha?


—¡Sí! ¿Dónde hay una? —preguntó impaciente la gallina.

El conejo señaló la cacerola y la gallina se avalanzó sobre ella. De un solo picotazo se tragó a la cucaracha, que no tuvo tiempo de correr.

Apenas se estaba saboreando a la cucaracha, cuando el conejo vio venir al coyote y le advirtió:

—Gallina, escóndete pronto bajo esa caja o serás la comida del coyote gris.

La gallina llegó hasta la caja y se metió bajo ella. En un momento, el coyote estaba junto al conejo.

—Vengo por el maíz que me vendiste —dijo el coyote—. Si no lo tienes, te como.

—Sí tengo tu maíz, pero... ¿no prefieres una gallina fresca? —preguntó el conejo señalando la caja.

De una mordida el coyote se tragó la caja con todo y gallina, sin dejar ni una pluma.

Mientras el coyote reposaba su almuerzo, el conejo distinguió a lo lejos la figura del cazador.

—Amigo coyote, deja tu descanso para después porque ahí viene el cazador y te va a matar.

El coyote se levantó de prisa y se metió a la casa del conejo. Poco después llegó el cazador.

—Conejo, ha pasado mucho tiempo y no me has dado el maíz. ¿Será que me engañaste? —preguntó el cazador.

—No, cazador. El maíz está bien guardado para ti; pero... ¿no te gustaría más cazar un coyote?


—¡Claro que sí! —respondió el cazador.

Entonces el conejo le enseñó donde se escondía el coyote. El cazador entró y de dos tiros mató al animal.

Afuera de su casa, el conejo miró al cazador llevarse al coyote muerto sobre el hombro.

—¿Ya no quieres tu maíz, cazador? El cazador le contestó:

—¡Con cuero de coyote, quién necesita tener un elote!

El conejo se quedó meciéndose tranquilo en su hamaca, a un lado de su planta de maíz, sin preocuparse de que alguien más se la quisiera quitar.