La boda del coyote


Había una vez una anciana dueña de un sembradío de frijol. Todas las mañanas encontraba muchas plantas mordisqueadas porque el conejo se las comía.

—¡Condenado conejo! ¡Cuando lo agarre, me lo voy a comer! —gritaba furiosa la viejita.

Un día puso un muñeco de cera a la mitad del sembradío para asustar al conejo, que al rato llegó dispuesto a desayunar.

—¡Mmm, otra planta de fríjol para empezar el día!

El conejo mordió algunas plantas de fríjol y cuando se limpiaba los bigotes vio al muñeco, que parecía un hombre de su mismo tamaño.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

El muñeco no respondió.

—¿Estás sordo? ¿Qué haces aquí? Si no te quitas de mi camino, te pego —dijo enojado el conejo.

El muñeco se quedó quieto y el conejo lo golpeó. Su mano chocó con algo pegajoso y ya no pudo sacarla de ahí.

—¡Suéltame, hombre! ¡Te voy a pegar otra vez! —volvió a gritar.

Con la otra mano le pegó al brazo del pequeño hombre, pero tampoco pudo despegarse.

Entonces lo pateó con fuerza y sus patas se pegaron al muñeco como a la miel fresca.

—¡Si no me sueltas te voy a dar un cabezazo!

El conejo aventó su cabeza contra la del muñeco. Con el golpe, ambos se mecieron y sus caras quedaron pegadas.

—¡Cuando me suelte me las vas a pagar, hombre apestoso!

El coyote, que estaba en busca de alimento, vio al conejo y se acercó despacio para sorprenderlo.

—¡Así te quería ver! ¡Ahora sí te como! —gritó el coyote.

—¡No me comas amigo coyote! Estoy atrapado porque la dueña del sembradío me quiere casar con su hija, que es muy bonita. ¿No te gustaría casarte con ella?

—¡Muy buena idea! ¿Qué tengo que hacer?

—Despégame y ponte donde estoy —dijo el conejo.

El coyote lo ayudó a despegarse y se puso junto al muñeco.

La anciana, que desde su casa ya había visto al conejo atrapado, llevaba un sartén caliente para asarlo. Al ver al coyote se enojó mucho.

—¡Conejo dejé y coyote encontré! —dijo al quemarle la cola con el sartén.

El coyote se despegó del muñeco y huyó rápido hacia el lago para meter su cola en el agua.

—¡Con esa suegra tan enojona, qué bueno que no hubo boda! —dijo el coyote, mientras remojaba su cola y pensaba cómo vengarse del conejo.