Prólogo

 

Quienes hicieron este libro me pidieron que escribiera algo para presentarlo, algo que siempre va al principio de los libros: un prólogo. Pero a mí se me ocurrió que era mejor escribirte una carta, para poder decirte, más entre amigos, entre tú y yo, lo que pienso del libro. Y, para empezar, te voy a decir que se me hace que ellos quisieron que te escribiera porque sabían que yo nací en la Huasteca, en un pueblo que, de tanto crecer, se ha vuelto ciudad. Ahora vivo en la ciudad de México, y aquí trabajo, haciendo libros. Pero me acuerdo muy bien de mi tierra y de la región, porque voy seguido.

Cuando no sabía muy bien el camino para llegar desde México a la Huasteca —uno de los caminos: el que yo tomaba, porque hay muchos— siempre me acordaba de estos versos del Cielito lindo que escuchaba de chiquito en mi pueblo y que a lo mejor tú conoces:

 

Pachuca, lxmiquilpan, por Zimapán,
La Encarnación,
San Nicolás, Jacala, Pinar, La Cuesta
y La Misión.
Y La Misión, rumbo a Pacula
y a Pisaflores,
Chapulhuacán, Santana y Tamazunchale
de mis amores.

Si vives en la Huasteca, tal vez en esos versos no esté tu pueblo. Es que, como ya sabes, en la Huasteca hay muchos pueblos. No te preocupes. A ver si en estos otros que hice sí aparece:

 
 

Por Tamán yo he pasado, también Matlapa
conozco bien
y a Chapulhuacanito por carretera
me he ido también.
Me he ido también: tomé el camión
y me pasé
seguí para Huejutla, llegué hasta Chalma
y Chiconamel.

 

¿Ahora sí apareció? Entonces puedes cantar las dos coplas. Pero si no está tu pueblo, quita uno de los que sí están y ponlo en su lugar.

A propósito de versos, ¿te gustaría dedicarle algunos a un amigo? Pues es fácil. En la Huasteca cantan muchos sones y son muy buenos para componer, para hacer violines y guitarras y también para tocar los instrumentos. Yo recuerdo que, cuando andaba por allá entre los cerros y cruzando arroyos, oía a lo lejos en los jacalitos la música del violín y las guitarras. Nomás seguía la música y encontraba la fiesta. Claro que también me ayudaban los cohetes: era cosa de fijarse de dónde venía el trueno y de dónde salía la vara. Oye, ¿tú no has guardado varas de cohetes? Porque se pueden hacer unas banderitas muy bonitas.

Ya se me estaba olvidando. Te dije que era fácil hacer versos dedicados. Te voy a enseñar. Fíjate en los que siguen. Los puedes cantar con la música de La Petenera, La leva, La azucena o cualquier otro son que conozcas. Ahí van. Donde veas un espacio en blanco pones el nombre de la persona a la que se los quieras dedicar.

 
 

¡Qué bonita es la región
donde me encuentro paseando!
Escuchen esta canción
que ahora yo estoy dedicando
para que baile este son
______________, que está esperando.

 

Ahora fíjate bien para que pongas el nombre: debe tener tres sílabas, como Juanita, Toñito, Alberto o Francisco. Si quieres, puedes poner don Beto o don Paco.

También te puedes presentar en verso. Pon tu nombre primero y después tu apellido en los espacios en blanco de esta copla, que puedes cantar casi con cualquier son que conozcas.

 
 

En la pila del bautismo
donde yo me bauticé,
por gusto de mis padrinos
pues____(1)____me llamé,
y______(2)_____de apelativo
a mi padre le heredé.

 

Una explicación, para que lo entiendas bien: en (1) puedes poner Roberto, Anita, u otros nombres de tres sílabas. Pero si quieres poner un nombre de cuatro sílabas, como Etelberto, le quitas el pues. Y en (2) puedes poner cualquier apelativo o apellido de dos sílabas, como Sánchez, Pérez o Ramos. Si tu apellido tiene tres sílabas, como Ramírez, quítale la y al verso y así ya mide bien.

Para seguir con los versos, te voy a enseñar algunos que me gustan mucho. Los escribió hace ya mucho tiempo, más o menos por 1890, un señor llamado Marcelino Sánchez, que tenía un cafetal en Coscatlán, un pueblo de San Luis Potosí. El primero trata de los mosquitos que le daban mucha lata a Marcelino:

 
 

No puedo, ¡por Barrabás!,
con tanto mosco malvado:
cuando está el cielo nublado
entonces me pican más;
me desvelan al compás
de sus sonoros grititos
y, como son muy chiquitos,
se me escapan sin cesar.
Mucho me hacen desvelar
estos malvados mosquitos.

 

Y a ver qué te parecen estos versos del caimán o lagarto, que todavía se cantan en algunos pueblos:

 
 

El lagarto que pulula
en este río es caimán.
Aquí ese nombre le dan,
o así se le titula; es largo, se le calcula
ochenta y cuatro pulgadas,
de grueso treinta pasadas
y sesenta y cinco dientes;
nunca vive en las corrientes,
sino en las aguas paradas.
Tiene el caimán el hocico
muy largo, pero tableado,
tiene el ojo muy saltado
y en la cola más de un pico;
ya mejor no se lo explico
pues mi ciencia más no alcanza:
es más grueso de la panza
que de otro cualquier lugar;
tiene patas y, al andar,
sólo arrastrándose avanza.

 

Marcelino Sánchez no sólo se preocupaba de los lagartos. Como era agricultor estaba siempre pendiente de su milpa y veía que a muchos animales les gustaba lo que él sembraba. Por eso les hizo estos versos:

 
 

Las laderas cubiertas de maizales
a los tordos les llenan de contento,
porque tienen seguro su alimento
por más que los vigile el cuidador.
Reuniéndose en las tardes otoñales
en un mismo lugar todos los días,
entonan cadenciosas melodías
dando gracias, tal vez, al labrador.
Todo el que es sembrador, quiera o no quiera,
tiene que mantener desde el perico
al guacamayo de encorvado pico,
al mapache, la ardilla y el tejón;
al zorrillo, terrible en la trasera
(pues tiene arma de todos respetada);
al tordo, que es muy grande su bandada,
al papán, a la zorra y al ratón.

 

Y para acabar con los versos, aquí tienes unos de la conchuda, a la que también le dicen garrapata, que parece que se le pegaba a cada rato a Marcelino, pues la conocía muy bien:

 
 

Dices que quieres saber
         si la conchuda
es animal de pelo
        o si es aluda.
Eso es sencillo:
        has de saber que es madre
del pinolillo.

Su cuerpecito es redondo
        cuando está flaca,
y engorda cuando se pega
        en bestia o vaca,
y su figura casi toda la pierde
        con su gordura.
Hay dos clases de conchudas,
        digo y no yerro:
la que ya dejo dicho
        y la del perro.
Así es nombrada
        porque ésta es más patoncita
y colorada.


En la Huasteca hay muchos versos y muchos animales. Y nunca se acabarán los versos si seguimos cantando, ni los animales, si los respetamos para que vivan a gusto. Pero eso no es todo lo que hay en la Huasteca: hay montones de árboles, de cerros, de bejucos, de ríos, de arroyos, de pozas y de manantiales. ¿Tú dónde te vas a bañar? A mí me gustaba mucho meterme en las pozas y beber el agua fresca de los manantiales. ¿Hay alguno cerca de tu casa?

Ahora que me acuerdo, cuando yo era chiquito me divertía mucho en el carnaval. Salían los huehues o viejos, todos con máscaras, y bailaban por las calles. También había unos que se pintaban el cuerpo y les decían los mecos. Y siempre había uno o dos diablos que nos correteaban con su chicote. Esos sí que me daban miedo. ¿A ti no?

Y en Todos Santos, cuando dicen que llegan los difuntos chiquitos, y al día siguiente los grandes, me iba muy bien. Luego que se iban los difuntos —y a veces antes de que se fueran—, los niños nos comíamos las ofrendas de los altares. Había tamales, frutas, bocoles, dulces, pan de caja, chocolate, pan de muerto, y unas galletitas que se llamaban fruta de horno. También me gustaba el olor de las velas y el copal que quemaban para recordar a los difuntos. Y luego íbamos al camposanto y veíamos todas las tumbas adornadas con flores de cempasúchil —esas flores amarillas que tú debes conocer muy bien—, pues con ellas adornan los arcos y con sus pétalos hacen caminitos para que los difuntos encuentren fácilmente los altares.

Cuando yo vivía allá todos los días me gustaban, sobre todo los domingos, porque me daban mi "domingo" y a veces comíamos zacahuil, que es un tamal grandote. Con mi domingo compraba cocos, pepitas, paletas y hasta me alcanzaba para tomarme un vaso de agua de tamarindo.

También me gustaban todos los meses, porque en unos llovía mucho y nos metíamos en el lodo hasta las rodillas y nos resbalábamos en las lajas de los caminos. Luego los arroyos crecían y nomás retumbaban las piedras que arrastraban y el agua saltaba por todas partes, como si lloviera para arriba. Con los arroyos crecidos, los ríos se llenaban pronto y crecían tanto que a veces no podíamos cruzarlos por los vados ni por los chalanes, ni podíamos usar las lanchas que hay en algunos lugares porque se las llevaba la corriente. Y cuando no llovía, a veces se levantaba una niebla que no le dejaba a uno ver ni sus propias narices. Luego, en otros meses, hacía un calorón que nomás andaba uno sudando. Pero era bonito, porque nos íbamos a refrescar a las pozas de los arroyos.

Me gustaron también todos los años que viví allá. Recuerdo que una vez mi tío hizo hoyos en un terreno porque andaba buscando un tesoro. Pero como no lo encontró, sembró naranjos, mangos y aguacates. Hasta papayos sembró. Me acuerdo muy bien de los naranjos. Como a los cuatro años empezaron a dar frutas, pero poquitas. Después de que pasaron otros años, se cargaron tanto de naranjas que hasta las ramas se doblaban. Y yo me la pasaba comiendo naranjas todos los días y jugando a los "ligazos" con las cáscaras.

Claro que no sólo jugaba a eso. También aprendí muchos de los juegos y escuché algunas de las narraciones que aparecen en las páginas siguientes. Por eso me gusta este libro: porque me recuerda la Huasteca. Pero también me gusta porque hay cosas nuevas: juegos que nunca jugué y leyendas que nunca escuché.

Quiero decirte algo más. Quienes hicieron el libro anduvieron viajando por muchos lugares de la región. Hablaron con los niños y las niñas, con los papás y las mamás, con los tíos y las tías, y con los abuelos y las abuelas. Así juntaron todo lo que ahora te ofrecen. Y aquí entre nosotros, te diré que estaban sorprendidos de tantas cosas bonitas que encontraron. Ahora todo eso está aquí, junto, en este libro, para que tú y los niños de todas partes se diviertan.

Te escribí una carta, y ya estoy llegando al final. Oye: ¿y qué tal si me contestas? Ya ves que te hice muchas preguntas. Si recibo una carta tuya podré saber las respuestas. Seguramente hay en la Huasteca muchas cosas nuevas que yo no conozco: nuevos juegos, nuevos cuentos, nuevos versos. Se me ocurre que si tú me platicas de eso y de todo lo que te gusta, podríamos hacer, juntos, un nuevo libro.

Raúl Ávila

El juego de serpientes y escaleras, el del manantial, como el del caballo huasteco, que aparecen en este libro, no los encontramos en la Huasteca. Pero se conocen en todo el país. Por eso, nos pareció bueno incluirlos en este trabajo, para que tú los recuerdes.