El cuento del conejo

Cuentan que un día, un dios se enteró de que en la Tierra había gente que no comía. Entonces se enojó y decidió mandarles una lluvia muy fuerte con la que se inundaría todo. Cuando el agua creciera, tapando el mundo, los hombres morirían.

Ese dios reunió a los animales y les dijo lo que pensaba hacer para que pudieran salvarse. Pero el conejo se escapó, y de paso, se llevó al perico.

Andando y andando, el conejo se encontró con un hombre en el monte. Y vio que ese hombre iba a trabajar todos los días. Con su machete tumbaba monte para poder sembrar. El conejo se quedó mirando al hombre, y esperó a que se fuera.

Al otro día, el campesino regresó al monte y se encontró con que todas las hierbas estaban en su lugar, como si él no hubiera hecho nada el día anterior. Sin embargo, volvió a comenzar su trabajo.

Durante cuatro días seguidos pasó lo mismo. El hombre deshierbaba y al día siguiente encontraba toda la hierba de nuevo en su lugar, como si nadie la hubiera tocado.

—Voy a quedarme a espiar, a ver qué pasa —se dijo.

Entonces, el quinto día, cuando terminó de tumbar hierba se escondió en un árbol. Desde allí vio salir al conejo brincando y cómo, a cada brinco del conejo, las matas se levantaban y quedaban muy bien puestas en su lugar.

El campesino, enojado, se dispuso a matar al conejo.

—No me dispares, ¿qué ganas con eso? —le dijo el conejo.

—Nada, pero tú me haces malobra. ¿Por qué levantas las matas que yo he tirado?

—Y tú, ¿para qué las tumbas?

—Para sembrar y tener comida.

—Mira, no siembres porque pronto se acabará el mundo.

—¿Y por qué había de acabarse?

—Tú créeme, no dudes. Yo lo sé. Pero tú y tu familia pueden salvarse si haces lo que voy a decirte.

—¿Y qué es lo que tengo que hacer?

—Mira, prepara un cajón grande. En el cajón te metes con tu familia y arriba de todo pones el perico. Oirás truenos, será porque va a llover hasta el cansancio... Pero no salgan del cajón por nada del mundo.

—¿Y luego?

—Cuando acabe de llover y el agua llegue al cielo, toparán con él. El perico les avisará.

El conejo le dio el perico al hombre y se fue.

Entonces el dios mandó la lluvia y llovió hasta el cansancio, como había dicho el conejo. Toda la gente se ahogó menos el campesino y su familia, que estaban dentro del cajón.

Cuando las aguas bajaron, el campesino y su familia hicieron fuego. El dios los vio y se dio cuenta que no había muerto toda la gente.

—¿Quién salvó a esa familia? ¿Qué animal falta aquí? —preguntó.

Como nadie contestó, mandó primero a un pajarito y después a un zopilote, para que averiguaran. Pero ninguno regresó. Entonces envió a la chuparrosa.

—Ve a informarte y me traes razón. Llévate a la luciérnaga para que te alumbre.

La chuparrosa bajó con la luciérnaga a la tierra y supo que el conejo era el que había avisado al hombre. Entonces regresó a la montaña alta y dijo:

—Me dijo el hombre que el conejo le avisó.

—¿Ah, sí...? Dile al conejo que venga, que quiero hablarle.

La chuparrosa bajó a la tierra acompañada por la luciérnaga y regresó con el conejo.

—¿Tú salvaste a ese campesino y a su familia? —preguntó Dios.

—Sí, yo fui —contestó el conejo.

—Bueno... Pues como tú los salvaste, tú alúmbralos.

Y entonces agarró el conejo, lo hizo bola y lo aventó. El conejo iba ruede y ruede hacia arriba, como bola de luz blanca. Por fin quedó en el cielo, quieto, blanco y brillante. Se había vuelto luna.

Este cuento nos lo contó una abuela en el pueblo de Chiconamel, Veracruz.

Aquí puedes dibujar El cuento del conejo, como si fuera una historieta.

El dios reunió a los animales y les dijo lo que pensaba hacer.

 

El conejo se fue, se llevó al perico y
vio a un campesino tumbando hierba.

 

Al otro día, el hombre encontró el lugar lleno de hierba.

 

Cada vez que el conejo brincaba, crecían nuevas matas.

 

 

El hombre se salvó de la inundación metiéndose en un cajón.

 

Después del diluvio, el dios hizo traer al conejo. Y le preguntó: ¿tú salvaste a esa familia?

 
 

El dios aventó al conejo; el conejo rodó hacia el cielo y quedó convertido en luna.