Dicen en el Sur de Jalisco que ciertas personas convencen a los duendes para que les hagan algún trabajo. Según cuentan, hay duendes para enamorar, para pelear, para otorgar favores, en fin, para lo que uno necesite. El problema es librarse luego de ellos, como le pasó a un hombre llamado Margarito.


Cómo fue que Margarito se desenduendó

Un día, Margarito necesitó ayuda de los duendes, así que les llevó su regalito y obtuvo lo que quería. Pero de ahí en adelante, los duendes siempre andaban junto a él.

Si se iba a la siembra, a su lado caminaban los duendes. Si tomaba rumbo al mercado, a su alrededor corrían los duendes. Si platicaba con sus amigos, los duendes se le quedaban mirando con tamaños ojotes.

Además, como sucede en estos casos, sólo Margarito podía verlos y oírlos. Sólo él y nadie más tenía que aguantarlos.

 


Al poco tiempo, Margarito ya estaba harto de ellos. Entonces se acordó de que los duendes son muy orgullosos, de que siempre presumen de cumplir lo que se les pide. Con eso en mente, se le ocurrió algo que a lo mejor lo libraba de esos duendes encimosos. Y puso manos a la obra, que al fin peor sería no hacer nada.







—Oigan, monigotitos —les dijo Margarito—, vayan al charco que está más allá de la milpa y traigan agua para llenar la pila.

Lo importante no era la distancia entre el charco y la pila, sino que Margarito les dio unos cedazos para traer el agua. El caso es que los duendes se fueron muy campantes, cada uno con su pedazo de tela. Y por supuesto, no pudieron traer nada, ya que cargaban el agua y el líquido se escurría por el tejido de la tela. Cada que llegaban a la pila, ya no tenían ni una gota que echar.

Los duendes se avergonzaron de no cumplir lo que se les pidió y desaparecieron. De esa manera, Margarito se libró de ellos.