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"Oigan, ahí viene mi papá y mi
mamá y nos traen música", dijo alguno y corrieron todos hacia el camino
para encontrarlos. Pero cuando llegaron a donde creyeron se oía la música,
pues no había nada, porque ya se escuchaba en el ranchito. Y ahí va corriendo
toda la procesión de niños, eran ocho la chiquillada.
Cuando ya iban llegando al ranchito, oyeron ahora la música que salía
de arriba del cerro y ahí van corre y corre. Y así se los traían corriendo
para el camino, para el rancho o para el cerro. Llegó un momento en que
se cansaron de tanta vuelta y vuelta y, cargando a los más chiquitos,
se fueron todos a la casa del ranchito.
Pues no parece mi papá dijeron los más grandes y tan
bonito que se oyía el mariachi, lástima que no lo pudimos jallar.
Mientras platicaban comenzaron a atizar la lumbre para preparar lo poco
que les quedaba de comer. Cuando en eso van oyendo al mariachazo a medio
patio, y que se van asomando... y van viendo un montón de duendes. Así
de chiquitos, como del tamaño de un niño de 3 ó 4 años, eran un juguete
de monitos. Todos tenían sus instrumentos y, tocando bien bonito, le daban
la vuelta a la casa, como quien anda dando vueltas durante una serenata.
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Los niños vieron como que les querían hacer
travesuras y pues remacharon la puerta con un palo. Pero como la casa
era de palitos, los duendes empezaron a meter las manos por las rendijas.
Y aunque al parecer las cosas no cabían por las rendijas, pues ellos las
iban sacando. Es verdad que no rompieron ni se llevaron nada, pero sí
sacaron la olla del nixtamal, el metate, la loza y todas las demás cosas
de la cocina.
Los monitos metían la mano y sacaban las cosas. Cada vez que sacaban
algo, los niños se asustaban más. Cuando no quedó nada en la cocina, los
monigotitos se estiraban para agarrar la mano de alguno. Pero los niños
ya estaban listos con un palo y, cada vez que los querían agarrar, les
daban de palazos. Los monitos se carcajeaban y a cada golpe se reían más.
Todos eran negros, tan negros que parecían carboncitos.
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