Cuando yo era muchacho, compraba en
la tienda unos papeles para carta que les llamaban "raya de agua".
Le escribía a la muchacha que me gustaba, de una forma muy decente,
de caballero. Entonces, buscaba la manera de que ella la recibiera.
A veces, le hacía saber desde antes el lugar donde encontraría mis
cartas: debajo de una piedra, al lado de un caño, en fin, donde
fuera más seguro que nadie más la descubriera.
Luego, la muchacha iba a recoger la carta y se la llevaba para
leerla a escondidas de sus familiares. Casi siempre usaba el mismo
lugar donde yo le había dejado mi carta para poner la suya. A veces
nos citábamos en alguna parte para platicar.
¡Ah!, pero eso sí, mientras nos carteábamos de buena manera,
siempre usábamos hojas "raya de agua" blancas. Porque si alguno
quería terminar la relación, utilizábamos hojas coloradas.
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