Cuentan que hace mucho tiempo, había una muchacha
muy pobre. Se llamaba María Cenicienta y vivía con su papá y su madrastra.
La madrastra tenía una hija a la que quería mucho, pero a María Cenicienta
no la quería y la trataba muy mal.
En una ocasión, hicieron una fiesta y mataron un puerco. A María Cenicienta
la mandaron a lavar las tripas, pero al estarlas lavando se le fueron
al arroyo y se perdieron. María Cenicienta se preocupó mucho, pues sabía
que la iban a castigar por haberlas perdido. En eso, cuando estaba más
triste pensando qué podría hacer, se le apareció un hada.
Niña, ¿por qué lloras?
Es que las tripas que me dieron a lavar se me fueron al arroyo,
y mi madrastra me va a castigar si no las llevo a casa.
No te apures. Mira, yo te voy a ayudar. ¿Ves aquellas matitas?
Pues ahí están atoradas.
Entonces la niña fue, encontró las tripas y dio las gracias al hada, quien
le dijo:
Niña, mira para arriba.
Cuando María Cenicienta vio hacia arriba, una estrellita le cayó en la
frente, y se fue muy contenta rumbo a su casa. Al llegar, su madrastra
le preguntó:
¿Quién te puso esa estrella?
María Cenicienta le contó lo que le había pasado. La madrastra, que era
muy envidiosa, quiso que también su hija tuviera una estrella en la frente.
Por eso, al día siguiente, sin haber motivo, mandó matar otro puerco para
que su hija fuera al arroyo.
La muchacha dejó ir las tripas a propósito y fingió estar triste.
Al poco rato, apareció el hada.
Niña, ¿por qué estás triste?
Mi mamá me mandó a lavar unas tripas, pero se me fueron al arroyo.
Si no las encuentro, me va a castigar.
No te apures, hija. Mira, ahí están detrás de ese árbol.
Las encontró y, fingiendo estar muy contenta, la muchacha dio las gracias
y el hada le dijo:
Niña, mira para arriba.
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