Los ojos de las brujas

 
 

Hace tiempo se celebró una gran boda en un rancho. La fiesta duró varios días, en los que la gente comió y bebió a más no poder. La pareja era bastante joven; la novia, además de ser bonita, sabía cocinar bien y el novio era guapo y trabajador.

Después de la fiesta, el joven marido quiso cenar. La muchacha preparó una rica comida y le sirvió, pero ella no la probó. Así pasaron varios días sin que la mujer comiera nada.

El hombre, ya preocupado, le preguntó:

—Oye, ¿tú por qué no comes? ¿Acaso no te gusta lo que traigo para que prepares la comida?

—Sí, sí me gusta, pero yo quiero comer lo mismo que mi mamá.

—¿Y qué come ella?

La muchacha se quedó callada. Días después, el esposo decidió llevarla a la casa de su suegra porque la veía pálida y desmejorada. Fue a recogerla una semana más tarde y se asombró al notarla repuesta y chapeada.

Sin embargo, al regresar a su casa ocurrió lo mismo: la joven no quiso comer y el marido tuvo que dejarla ir con su mamá.

Así pasaron más de seis meses y el muchacho no lograba que su mujer comiera con él ni tampoco podía averiguar qué comía en casa de su madre. Ya estaba muy intrigado, por eso en una ocasión fue a dejarla, se despidió de ella y le hizo creer que se iba, pero al poco rato regresó a casa de la suegra para espiarla. Sin hacer ruido se subió al techo de la casa; allí había un pequeño tragaluz por donde era posible observar a las mujeres.

Cuando se hizo de noche, la madre dijo:

—Ahora sí, hija, vamos a comer.

La joven se puso muy contenta; el marido creyó que iban a preparar algún guiso, pero se llevó una sorpresa al ver lo que hicieron las mujeres. Primero, se sacaron los ojos con las manos, luego tomaron unos ojos de gato que tenían en un cajón y se los pusieron en lugar de los suyos. De inmediato la madre se convirtió en un enorme guajolote y después lo hizo la hija. Ambas salieron de la casa como si fueran bolas de fuego.

El marido no podía creer lo que había visto. Él ya había escuchado hablar de las bolas de lumbre que entraban a las casas para chupar a la gente, así que apenas se le pasó el asombro, sintió mucho odio al saber de qué se alimentaba su esposa.

Bajó del techo y entró a la casa; una vez adentro, buscó en el cajón los ojos de las brujas para destruirlos. Después se escondió abajo de una mesa y esperó hasta que regresaran. De pronto, oyó risas y supo que las brujas se acercaban; venían felices porque habían chupado mucha sangre.

En cuanto se quitaron los ojos de gato, el muchacho salió de su escondite y se los arrebató dispuesto a pisotearlos. Las brujas no sabían qué pasaba, se habían quedado ciegas y gritaban de manera horrible. Buscaron a tientas sus ojos, pero no pudieron hallarlos.

El marido las vio con rencor y se fue de allí. Como quedaron ciegas, tenía la seguridad de que jamás podrían salir a chupar gente.