La huerta Cardona

 

Allá por los años sesenta aún existían huertas de frutas, flores y hortalizas en la ciudad de Aguascalientes. En la colonia La Salud había una muy grande, conocida por los vecinos como La Cardona. Su dueña le prestaba a Fernando, un niño de diez años, un pedazo de tierra para sembrar.

Al pequeño le gustaba mucho la siembra; además, en las mañanas se dedicaba a cortar frutas para venderlas en el mercado y ayudar a su familia. También se encargaba de regar toda la huerta, y cada tercer día esperaba la llegada del agua que venía del ojo caliente. A veces el agua tardaba mucho en pasar, pero Fernando la esperaba aunque fuera la medianoche, pues si las plantas se quedaban sin regar podían secarse.

Una de tantas noches, Fernando esperaba el agua cuando vio a un señor entre los árboles. El hombre le hizo señas para que se acercara y caminó hacia el árbol de moras, luego desapareció.

En otra ocasión su papá lo acompañó a regar la huerta; estaban muy atareados y, de repente, se presentó el mismo hombre y llamó al niño con la mano, al tiempo que le decía: "Ven, ven". Esta vez sí lo siguieron, pero al llegar al moral, el hombre se desvaneció.

El papá de Fernando dijo:

—Aquí debe de haber dinero, hijo, ese hombre te llama porque quiere dártelo; vamos a escarbar.

—No, papá —respondió el niño—. Yo tengo miedo; a mí me han dicho que quien saca dinero de un muerto, se muere.

El papá insistió, pero Femando se negó. Aunque sabía que necesitaban dinero, no estaba dispuesto a aceptarlo de un muerto.

 

El papá de Femando regresó varias veces a la huerta con la esperanza de que el aparecido le ofreciera el tesoro, pero no lo volvió a ver.
En cambio, siguió llamando a Fernando hasta que dejó de trabajar
en la huerta.

Con el paso de los años, la dueña de La Cardona murió y ésta quedó abandonada. Tiempo después, un señor al que le decían la Marucha se instalaba frente a una barda de la huerta con un carrito de maíz y camote; allí vendía por las noches.

Igual que Femando años atrás, la Marucha veía un señor parado junto al árbol de moras, que le hacía señas para que se acercara. A veces observaba un resplandor en el moral, pero nunca intentó ver qué había allí.

La Marucha le platicaba a sus amigos acerca del aparecido; ellos le decían que allí había dinero y lo animaban a escarbar. Una noche les hizo caso y se llevó tremenda sorpresa al encontrar un bote lleno de monedas en el moral. Llevó el dinero a su casa y empezó a gastarlo. Sin embargo, le duró poco la felicidad, pues un día amaneció enfermo.

Sus parientes llamaron al doctor, pero éste no pudo recetarlo porque no logró saber cuál era su enfermedad. La Marucha siguió mal, se puso amarillo, amarillo y luego murió.

La gente que supo que había desenterrado el dinero, dijo que el muerto se lo llevó.

Gracias a que Fernando no quiso aceptar el tesoro, todavía vive para contarlo.