La bruja triste

 

Cuentan en el rancho El Centro, que hace tiempo se aparecían brujas convertidas en animales, quienes esperaban que alguien pasara por los caminos para chuparle la sangre.

Por esa razón nadie salía después del atardecer. Sólo había un señor que no creía en eso; vivía en la orilla del rancho con su nieto de tres años que lo acompañaba a todas partes. Era frecuente que los dos se quedaran varios días en el cerro para cuidar el ganado. Allá se instalaban junto a un árbol y al caer la oscuridad dormían sin preocuparse por brujas ni aparecidos.

En una de aquellas ocasiones llegaron al monte cuando empezaba a caer la noche, y al poco rato el niño se durmió. Luego de cobijarlo, el señor fue a buscar leña. Ya se había alejado bastante cuando oyó un fuerte grito de mujer que provenía del lugar donde estaba su nieto, así que regresó corriendo por él.

En el árbol más cercano al niño había una lechuza de ojos muy brillantes y apariencia terrible. Al verla, el señor le lanzó una piedra para asustarla, pero en lugar de hacerlo, el animal se aproximó al pequeño. Entonces el hombre abrazó a su nieto y empezó a rezar viendo a la lechuza a los ojos. De pronto, ésta se quedó quieta y cayó del árbol.

El hombre continuó la oración y el animal se revolcó en el suelo hasta convertirse en una muchacha que vivía en el rancho.

—Por favor, no le cuente a nadie mi secreto —suplicó la bruja.

—Sólo si me prometes no acercarte a nosotros —dijo el señor.

Aunque el hombre nunca reveló el nombre de la muchacha, sí le platicó a los vecinos que había visto a una bruja y que era una mujer que todos conocían.

Desde entonces, en ese árbol se escuchan tristes lamentos de mujer; dicen que es la bruja que llora porque hay alguien que conoce su secreto.