Los tres hombres

Un día, Teófilo, Faustino y Pantaleón iban a caballo rumbo a un pueblo de Jalisco. Tenían que atravesar la sierra para llegar y estaban aburridos porque a nadie se le ocurría una historia que hiciera más entretenido el camino. En eso, vieron a lo lejos a un viejito que caminaba frente a ellos.

—Vamos a alcanzar a aquel señor, así platicamos con él y no se nos hace tan largo el viaje —propuso Teófilo.

Les faltaban unos cuantos metros para alcanzar al anciano, cuando vieron que volteó hacia un lado del camino y exclamó:

—¡Ay, Señor, allí está la muerte!

Intrigados, los hombres se acercaron a ver qué había visto el viejito y se quedaron con la boca abierta al darse cuenta de que al lado del camino había un gran tesoro.

—¡Ah, qué viejito! ¿Pues no que era la muerte? Miren nada más cómo brilla el oro —dijo Pantaleón.


Pero así como resplandecía el oro, también brillaba la codicia en la mente de los tres hombres y cada uno pensó quedarse con todo el tesoro. Por ello, Teófilo sugirió:

—Oye, Faustino, ¿por qué no regresas al pueblo y traes unos costales para cargar el dinero?

—También tráenos algo para cenar —pidió Pantaleón.

Faustino aceptó el encargo, porque le dio una idea para deshacerse de los otros.

—Voy a prepararles una cena muy especial —pensaba en el camino.

Mientras tanto, Teófilo y Pantaleón se ponían de acuerdo para acabar con Faustino:

—Cuando regrese le haremos creer que estamos enojados con él y lo mataremos —propuso Pantaleón.

Faustino llegó a su casa e hizo la cena, luego le vació un frasco entero de veneno y se fue de regreso con sus compañeros. Iba feliz pensando que disfrutaría el dinero él solo, pero al poco rato se le acabó el gusto. Apenas se acercó al lugar donde estaban los otros, ellos sacaron sus pistolas y lo mataron.

Después, ya con toda calma, Teófilo le dijo a Pantaleón:

—Ahora sí, vamos a cenar; luego nos llevamos el tesoro y regresamos ricos a la casa.

Claro que cada uno pensaba eliminar al otro en el camino, pero no tuvieron tiempo. En cuanto acabaron de cenar, murieron envenenados. Finalmente, el viejito tenía razón, en verdad había visto a la muerte.