La Llorona

 

Cuenta mi papá, Ramón García, que cuando él era un niño de diez años, un día mi abuela le pidió que fuera a buscar un tercio de leña para el fogón de la cocina.

Faltaba poco para el mediodía. Mi papá fue hasta el arroyo y empezó a recoger la leña. De pronto, sin que se hubiera escuchado algún ruido, estaba frente a él una señora con un vestido blanco muy largo; su cabello era tan oscuro como si llevara un velo negro sobre la cabeza.

Mi papá se quedó viéndola con sorpresa; esperaba que ella le hablara, pero la mujer se quedó callada e inmóvil. Entonces, él la miró de arriba hacia abajo y cuando llegó a la parte donde deberían estar los pies se estremeció de terror, porque se dio cuenta que la mujer no pisaba el suelo, sino flotaba sobre él.

En ese momento, la mujer gritó angustiada:

—¡Ay, mis hijos! ¡Ay, mis hijos!

Imagínense el susto de mi papá. Aventó la leña y echó a correr sin voltear hacia atrás hasta que llegó a su casa. Al verlo, mi abuela le preguntó que dónde estaba la leña, pero él tenía tanto miedo que no podía hablar. Cuando ella lo miró, notó la palidez que le cubría el rostro y, preocupada, quiso saber qué le había ocurrido.

Mi papá seguía sin hablar. Fue hasta un rato después que comenzó a llorar y pudo contarle a mi abuela lo sucedido. Ella se quedó pensando un rato, luego le explicó que esa mujer era la Llorona y que siempre se aparecía donde corría agua, pues buscaba a sus hijos que mató y echó al mar.

Por ese crimen su alma llevaba muchos años en pena, y así seguiría por toda la eternidad.

Ahora mi papá nos cuenta lo que le pasó sin miedo, porque ya no es el niño de entonces, pero reconoce que fue la peor experiencia de su infancia.