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Andando, andando lo encontró dentro de una cueva de esas que por aquí se llaman sahkaberas. Muy enojado le enseñó los dientes mientras decía: ¡Te atrapé, conejo! Te voy a comer. ¿Qué te pasa, amigo mío? ¿De qué me estás hablando? Yo no te conozco, hace mucho tiempo que vivo aquí. Ahora discúlpame porque estoy ocupado, ¿no ves que mi casa se está cayendo? Ah, ¿entonces no eres tú el que me engañó? ¡Claro que no! Pero, por favor, ayúdame: apóyate en esta pared mientras yo voy por un tronco para sostenerla y no se caiga, no la sueltes porque te puede aplastar. Entonces el jaguar se paró sobre sus patas traseras y se puso a detener la pared. Pasó un gran rato y el jaguar estaba ya cansado. Cuando vio que no se caía, se dio cuenta del nuevo engaño y más furioso que nunca salió tras el conejo ladino. |
Lo encontró esta vez colgándose de un bejuco elástico que le hacía subir y bajar. Tan divertido estaba el conejo recordando las malas jugadas que le había hecho al jaguar, que no se fijó cuando éste, pegando un gran salto, estiró con todas sus fuerzas el bejuco y lo soltó de golpe. El conejo subió y subió por los aires agarrándose la barriga de la pura risa y así llegó hasta la Luna. Por eso ahora, en las noches en que la Luna está redonda y colorada, |
se puede ver al conejo doblado sobre su panza todavía riéndose. |