El maíz

—Desde hace mucho tiempo que empezamos a recibir de la tierra las bendiciones de su alimento. Ya nadie recuerda desde cuándo el Señor puso en nuestras manos el maíz para bien de todos.

Tío Alejandro dice estas palabras con gran respeto y gesto dulce. Su cuerpo ligeramente encorvado y su rostro salpicado por los años muestran la reverencia que siente por su forma de vida y por los elementos de la naturaleza.

—Cuando se hace la tumba es preciso ofrendarle zacá al gran Señor del Monte. Cuando se hace la guardarraya de la milpa, es preciso obsequiar su boca con zacá.

—Cuando los días, el agua serenada, los vientos suaves, los soles amables y la tierra fecunda premian nuestro sudor y cansancio,

cuando el maíz espiga y brota con sus dientes alegres, hay que pagar un rezo, hacer una misa y celebrar una fiesta por las bondades recibidas.

—Todo esto es preciso en prenda de gratitud. Pero ahora, los hombres se vuelven desagradecidos, se burlan de las tradiciones de sus mayores y lejos de pedir a la tierra sus frutos, se los arrebatan como ladrones. Por eso la tierra se marchita, los vientos se enfurecen con el ánimo del huracán y los cielos ya no derraman el agua fresca de las cosas buenas, sino el kankubul de su amargura.