Los duendes de las palomas

   
 

En el rancho Las Palomas vivían Isabel y Rosa, dos niñas que se pasaban el día jugando, mientras don Honorio, su papá, cortaba troncos de madera; dentro, la mamá, que se llamaba Chona, preparaba el chocolate para la merienda.

De repente, como a las seis de la tarde, una lluvia de piedras pequeñas empezó a caer por todos lados. Las niñas entraron corriendo en la casa mientras el señor se quedó en el patio, se cubrió la cabeza, buscó por todos lados al que les hacía la maldad y alcanzó a ver que, cerca de un árbol muy viejo, muchas manitas se movían rápidamente. Se acercó y en ese momento una piedra le pegó en un ojo, por lo que se metió gritando.

—Mira nomás, ya te dieron, ¿quién será el malora? —preguntó doña Chona.

—No mujer, nadie que tú te imagines, yo sólo vi unas manos chiquillas, eran como duendes... —respondió el señor.

—¡Ave María Purísima! Y ahora, ¿qué vamos a hacer? —dijo la señora espantada.

—Nada mujer, no podemos hacer nada —contestó resignado don Honorio —contra los duendes no se puede.

Las niñas escucharon con atención la plática de sus papás, con curiosidad miraron hacia afuera, pero no lograron ver a ningún duende. En eso, las piedras dejaron de caer; toda la familia salió al patio que se encontraba totalmente cubierto de piedras y los vecinos se acercaron para comentar el suceso.

   

—¿A qué se deberá tanta piedra? —preguntó una señora.

—Son duendes vecina, son duendes, mi marido los vio, ¿verdad Honorio? —contestó doña Chona.

Mientras los mayores hablaban, las niñas se pusieron a recoger piedras, pero al llegar al viejo árbol descubrieron un camino de huellas pequeñitas que se perdían en un hoyo al pie del tronco. Isabel y Rosa se asomaron pues querían ver qué había, al hacerlo, sintieron como si las jalaran hacia adentro, y al mismo tiempo se oyeron tantas risas, que corrieron espantadas.

Desde entonces, todos los días a las seis de la tarde, los habitantes del rancho Las Palomas no salen de sus casas, pues dicen que es la hora en que los duendes hacen sus travesuras, como lanzar una lluvia de piedras.