No tengas miedo dijo ella. No te voy
a hacer nada, sólo quiero que me ayudes.
¿Cómo puedo hacerlo? contestó el joven.
De manera muy sencilla. Mira, yo soy la reina del imperio de Ixtlahuacán,
pero mi imperio ha sido encantado. El encanto se rompe si me llevas sobre
tus hombros hasta la puerta de la iglesia. Si haces eso, tú serás mi esposo
y el rey del imperio.
El joven se puso a pensar un rato y finalmente aceptó.
¡Qué bueno! exclamó la muchacha, pero antes debo advertirte
una cosa: no debes voltear a verme en todo el camino, hasta llegar a la
puerta de la iglesia. No prestes atención a nada de lo que te diga la
gente.
El joven subió a la muchacha sobre sus hombros y tomó el camino que llevaba
al pueblo. Al llegar a las primeras casas, las personas que se cruzaban
con él se alejaban y se quedaban viéndolo con cara de susto.
¿A dónde vas con esa víbora enredada en el pescuezo? le gritó
un niño.
El joven pensó que se trataba de una broma
y siguió su camino. Sin embargo, otras personas le dijeron lo mismo más
adelante. El joven empezó a sentir miedo y curiosidad, sobre todo curiosidad.
Cuando le faltaban pocos metros para llegar a la iglesia no pudo resistir
la tentación y volteó a ver. Vio una gigantesca serpiente que lanzó silbidos
agudos mientras sacaba la lengua amenazadoramente. Con un rápido movimiento,
el joven la desprendió de su cuello y la arrojó lo más lejos que pudo.
Al caer, el animal desapareció.
Es por eso que el imperio de Ixtlahuacán no se desencantó.
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