Dios del fuego


Este era un señor llamado Domingo, en español, y Domingutzi en lengua náhuatl. Había nacido en San Pedro Huazalingo. Todas las mañanas le gustaba ir a sentarse junto a la lumbre. Sus cuñados lo fastidiaban mucho porque nada más estaba jugando con la lumbre y no quería ir a trabajar con ellos al campo.

Un día, sus cuñados se decidieron a obligarlo a trabajar y lo regañaron mucho, pero él no respondía. Así pasaron los días.

Un día, el señor Domingutzi se dijo:

—Ahora les voy a demostrar a mis cuñados que para mí no es necesario trabajar mucho para hacer una milpa grande. Sin cansarme y sin el sacrificio de estar trabaja y trabaja, yo voy a echarle fuego a ese rastrojo, y ya verán como yo puedo hacer mucho más que ellos.

Se fue a la milpa. Tan sólo hacía una brecha en el rastrojo, le prendía fuego y en unos minutos todo se quemaba. En cambio los cuñados, por más que hacían, no podían prenderle fuego a su rastrojo ya desyerbado. Entonces dijeron:

—¿Por qué nuestro rastrojo no prende, si ya está bien seco, y el de Domingo arde con tan sólo una brecha que le hace? ¿Cómo le hará? ¿Acaso es una persona milagrosa? Y fueron a buscarlo.

—Oye, Domingutzi, nuestro rastrojo no prende por más que hacemos y el tuyo sí. Ven a prender fuego a nuestro rastrojo.

Domingo contestó:

—No, porque yo soy un flojo que nomás está sentado cerca de la lumbre.

Los cuñados le rogaron y le rogaron hasta que lo convencieron. Fue al rastrojo de sus cuñados y, apenas se paraba en la orilla de la yerba seca, empezaba a quemarse como si fuera agua que baja por la ladera.

Entonces, sus cuñados y muchas otras personas, se admiraron al ver cómo Domingutzi no necesitaba esfuerzos para hacer fuego con cualquier cosa.

Todos pensaron que él no era común y corriente, sino que hacía milagros y que era el Dios del Fuego.

Desde ese día, el señor Domingutzi se fue a vivir a un cerro llamado Xilotzingo, donde se quedó y no volvió a ver ni a sus cuñados ni a sus padres ni a la demás gente.

Desde ese día nadie pudo guisar sus alimentos por falta de lumbre. Entonces los familiares de Domingutzi fueron a buscarlo y le dijeron:

—Regresa, Domingutzi, mira que no podemos hacer lumbre sin tu presencia.

 
 

Lo que hizo Domingutzi fue quitarse un pedazo de dedo y se los dio para que hicieran fuego cuando lo necesitaran. Su familia pudo prender lumbre, pero los demás no pudieron. Fue la gente a ver a Domingutzi, le llevaron música y también comida hecha por sus familiares. Él les dio un pedazo de su dedo y así ya pudieron cocer sus alimentos.

Desde ese día supieron que el señor Domingo era el Dios del Fuego.

Esto es lo que cuentan en mi pueblo.

 

Recopilador: Martiniano Hilario González.
Informante: Rosa Caciana Melchor.
Comunidad: San Pedro Huazalingo, Hidalgo.