Pues verán, les contaré:
Hace ya mucho tiempo, cuando en lugar de la carretera pasaba el antiguo
camino real, vivían unas familias en el rancho llamado La Lagunita.
Las diligencias recorrían el camino de Zimapán a México y, como transitaba
mucha gente, un día llegaron unos ladrones y robaron a los del rancho.
Para que ya no volviera a suceder lo mismo, las familias se fueron a hacer
otro rancho en un monte con muchos árboles, pero donde no corría ni un
arroyito.
El monte era tan seco, tan seco, que la cocinera tenía que acarrear en
un cántaro el agua para guisar. La traía hasta El Sabino desde el río
Tula.
A la señora se le ocurrió sembrar en el rancho un sabinito, pero no tenía
agua para regarlo porque estaba muy escasa, y lo regaba con nijayo, con
lo que pizcaban el nixcomel.
Pasaron los años, los dueños del rancho murieron y la cocinera también
murió, pero el sabino siguió creciendo; por medio de sus raíces llamó
al agua y alrededor del árbol brotó un manantial.
El tronco del sabino tenía treinta varas de grosor. Fue quemado tres
veces, pero allí sigue con vida, tiene sus nidos de colmenas y está rodeado
de agua.
Todavía existen señas de aquel rancho que no me dejarán mentir. De lejos
vienen a ver el famoso sabino que hizo brotar el agua. |