Hace mucho tiempo, allá en el plano, vivía un señor llamado
Manuel. Era un hombre que conocía muchas cosas y sabía de todo; había
vivido en México, y en el otro lado.
La gente respetaba mucho a este señor porque era muy noble y a todos
les hacía favores sin cobrarles nada. ¡Ah! pero eso sí, no desairaba una
invitación a comer y nunca se quejaba de lo que le daban.
Un día muy caluroso, como son los días de mayo por acá en Tierra Caliente,
el señor José invitó a comer a don Manuel. Estaba José preparando la iguana
para hacer el caldo cuando llegó su hijo, y señalando con el dedo un árbol,
le preguntó:
Oye, apá, ¿por qué llora el bonete?
José no le hizo caso y siguió preparando la iguana p'al caldo y el niño
se fue a jugar con unos cuinitos que estaban comiendo maíz.
José se quedó pensando: "De veras, ¿por qué llora el bonete? Yo siempre
lo he visto llorar, pero nunca he sabido por qué, ni me he puesto a averiguarlo.
¿Llorará por miedo, por hambre o por calor? ¡Quién sabe! ¡Ah, ya sé! le
preguntaré al señor Manuel, él lo debe de saber..."
Después de comer, el señor Manuel y José se pusieron a platicar del calor
que estaba haciendo ese año, que era más que el año pasado. El señor Manuel
decía que era porque en la sierra estaban cortando muchos árboles, y José
aprovechó para preguntarle:
Oiga, don Manuel. ¿usted sabe por qué llora el bonete?
Don Manuel se quedó pensando, y prendiendo un cigarro le dijo: "No sé".
Luego le dio dos fumadas fuertes al cigarro.
José, desanimado por la respuesta, le dijo:
Ah, qué don Manuel, yo pensé que usted me iba a sacar de esa duda,
porque yo lo he visto llorar, mi apá también y mi agüe lo mismo. ¿Cuánto
tiempo tendrá llorando el pobre arbolito? preguntó José.
El señor Manuel se levantó poco a poco.
Mañana te lo digo le prometió. Y se fue.
Toda la noche se la pasó José pensando como iría a hacer el señor Manuel
para saber por qué llora el bonete, y de repente que recuerda que no solamente
lloran los bonetes, sino también las parotas, los hules y otros árboles.
Ya de madrugada, se durmió pensando cómo haría don Manuel para saber por
qué lloran los árboles.
Pasó toda la mañana del otro día y de don Manuel ni sus luces. Pasó la
hora de la comida y tampoco apareció don Manuel. Ya atardecía cuando va
llegando muy chiflador, comiéndose una pitaya. Llevaba un costal lleno
de pitayas que le ofreció a José, y le dijo:
¿Qué te parece, José, si preparas la cena?, porque hay harto que
platicar. |