Se dice, pues, que hace muchos años, allá por el siglo
pasado, las muchachas y los muchachos no se hacían novios como ahora,
tan facilito. No crea, su trabajo les costaba hacerse novios.
Cuando un muchacho le echaba el ojo a una muchacha y la quería para su
novia, se iba al monte a rajar una carga de leña de la mejor; la iba escogiendo
que estuviera bien seca, ardedora, gruesa, no barañitas; hacía con ella
un tercio grande y bajaba a dejarlo en la puerta de la casa de la muchacha.
Allí quedaba la leña todo el día, y si la muchacha pasaba la leña pa'dentro
de la casa, era que sí lo quería, y ya quedaban de novios. Esa era la
señal.
Pero si la muchacha no cogía ningún leño, el muchacho tenía que ir a
recoger el tercio y llevarlo, casa por casa, hasta encontrar a una muchacha
que sí lo quisiera.
Y luego, cuando ya eran novios, él tenía que hacer un yugo y un arado;
eso era para demostrar que sabía cumplir con sus deberes.
La muchacha tenía la obligación de hacer un pantalón y una camisa, para
ver que también cumpliría con sus deberes de casada, no que ahora las
muchachas se casan sin siquiera saber cocer unos tristes frijoles. |