Había una vez, en un rancho, un hombre llamado Chanito. Era
un hombre flojo, flojísimo, y no quería trabajar. Los señores lo mantenían
de gorra porque no hacía absolutamente nada. Un día de tantos, de plano
se fastidiaron de mantenerlo y le dijeron: Chanito,
ya no podemos seguir dándote tortilla. ¡Ponte a trabajar!
No, trabajar no contestó Chanito. Mejor entiérrenme
vivo.
Le tomaron la palabra. Lo metieron en un cajón y se lo llevaron para el
panteón. En el camino se encontraron a un señor que venía de la labor y
traía un burro con dos colotes de mazorcas.
¿Pa' ónde van? les preguntó.
Pos vamos pal pantión, a enterrar a Chanito.
¿Qué ya se murió? dijo el hombre sorprendido.
No, hombre. Lo vamos a enterrar vivo porque no quiere trabajar
y es muy flojo.
¡Chanito! gritó el hombre que venía de la labor.
¡Qué, hombre! ¡Aquí voy! contestó Chanito.
Pero, Chanito, ¿cómo que te van a enterrar vivo? Mira, hombre,
aquí llevo un maíz. Tú dirás, te lo regalo pa que te alivianes unos cuantos
días y puedas comer, pero que no te entierren vivo.
¿Y 'ta desgranao? preguntó Chanito.
¡No! Pos 'ta en la mazorca.
¡Ah, no! Entonces que siga mi entierro. |