Al sureste de esta población de Santa María Cuquila, hay
un cerro llamado Cerro del Tigre. Hace muchísimo tiempo, ese cerro era
una selva donde vivían el águila de dos picos, el gavilán, el pájaro azul,
el gaviluchi, el pájaro carpintero, el tecolote, el chugón, el zopilote,
el tigre, el león, el coyote, el zorro, el cola pinta, el tlacuache, el
conejo, la liebre y el gato montés.
Al pie de esta gran selva pasaba un camino de herradura por donde viajaban
los arrieros llevando sus bultos y, encima, sus canastos. Si los arrieros
no sabían, o se descuidaban al pasar por la selva, el águila de dos picos
se trepaba en los canastos y se llevaba las cosas que tenían dentro: sal,
chile, carne seca, maíz, café, coco. Todo desaparecía.
Bueno, pues hace aproximadamente ocho siglos, vivía en ese cerro un cacique
de nombre Benito, con su hermana María. El señor Benito era albañil de
oficio y su hermana cocinera. Vivían allí a gusto porque había muchos
animales.
El hermano y la hermana tenían el poder de llamar a las piedras y canteras
de distintos tamaños, y ellas venían solas y se arrimaban para la construcción
del cerro que el señor Benito quería hacer llegar al cielo.
El albañil se apuraba mucho en su trabajo y, de tanto en tanto, bajaba
a comer. Resultó que un día no encontró a su hermana que siempre le servía
la comida. Tomó la cuchara y la metió en la olla. Después lamió la cuchara
y, en ese momento, volaron dos pedazos de cerro. La mitad cayó hacia San
Martín Huamelulpan, entre Tlaxiaco y Yucuda. Esta distancia es de treinta
kilómetros con las mismas piedras, los mismos matorrales y las mismas
tierras.
La otra mitad del cerro se encuentra en San Domingo de las Nieves, como
a 55 kilómetros al norte de esta comunidad, y tiene las mismas piedras,
los mismos matorrales y las mismas tierras.
El señor Benito se fue rumbo a Tlaxiaco y, allí donde descansaba, iba
poniéndole nombre a esa parte del cerro. En su primer descanso, dejó la
huella de su asentadera sobre una roca; como le dio sed, picó tres veces
el suelo con su bastón y brotó agua. Dijo:
Aquí te bautizo Pozo de la Cruz.
Caminó cuatro kilómetros y llegó a una ciénega. Quiso descansar y no
pudo porque olía a ayoquea. Dijo:
Te dejo por nombre Ciénega Ayoqueosa.
Caminó otro kilómetro y llegó a una lomita. Se sentó a descansar y dijo:
Te llamaré por mi nombre Loma la Cruz de San Benito.
Siguió caminando. Iba a entrar en una cabaña cuando oyó música, cohetes
y voces. Eran personas que venían a alcanzarlo porque sólo él faltaba
de dar su opinión sobre cómo se construía la iglesia de Tlaxiaco. Al oír
la bulla de la gente, el señor Benito desvió su camino, porque le dio
vergüenza estar vestido con un capisayo tejido con fibra de coco.
Cuando la gente se regresó, él ya estaba en el lugar donde muchos caciques
estaban haciendo la cimentación de la iglesia. Pero los cimientos no amacizaban
porque en ese lugar brotaba agua. Entonces, el señor Benito señaló con
su bastoncito por dónde iba el agua y ya pudieron seguir trabajando.
Luego escogió el señor Benito cuatro caciques nobles y colocó uno en
cada esquina del templo y les dijo:
Aquí lo detienen hasta que amacice.
Los demás albañiles
echaban piedra y mezcla, de modo que los cuatro se quedaron para siempre
allí. Así fue terminada la iglesia de Tlaxiaco.
Mientras, la señora María se fue por otro camino y ella también iba poniendo
nombre a los lugares por donde pasaba. En un cerro dejó su tenate y le
puso de nombre Cerro del Tenate.
Enseguida brincó a un cerrito que llamó Cerro del Brinco. Se fue caminando
y llegó a un pocito de agua. Dijo:
No te voy a bautizar, te quedas sin nombre. Por eso se llama Pozo
sin Nombre.
Luego llegó al pie de una cueva y allí dejó su zoyate. Nombró
al lugar Cerro del Zoyate. Caminó más o menos quinientos metros y quiso
volar, pero no pudo. El cerro se llamó No Pudo Volar.
Siguió caminando y llegó la señora María adonde nacía mucha agua.
Empezó a cantar:
Me voy, me voy, pero tendré que regresar. Tendré que estar, que
estar al tanto en la cocina, cocina. Tanto cocina el pobre como el rico.
No debo faltar porque por mi culpa mi hermano echó a perder su trabajo,
el trabajo del que íbamos a vivir a medio cielo, y nuestras aves y carnívoros
nos iban a cuidar.
Así cantó y se metió al agua que corría hasta la costa. Se dice que doña
María regresará algún día a ese lugar que se llama Río Cantante. |