Había una vez un viejito y una viejita que tenían un huerto
donde sembraban lechugas, rábanos, zanahorias, tomates, nabos: pero llegaba
un conejo, se los comía y dejaba a los viejitos sin comer.
Varias veces le habían puesto trampas, pero el conejo era demasiado listo
y se burlaba de ellas. Los viejitos ya no sabían qué hacer, hasta que
una comadrita les dijo:
Pongan un muñeco de cera en el lugar por donde entra.
Así lo hicieron. Cuando entró el conejo se topó con el muñeco de cera
y le dijo:
Quítate de mi camino porque te voy a golpear.
El muñeco no le hizo caso. El conejo le dijo lo mismo varias veces y
¡que le da una trompada! iY que se le pega su brazo a la cara! Y
dice el conejo:
Suéltame porque te voy a dar otra trompada.
Así le dijo varias veces y el muñeco no contestaba. iY que le da otra
trompada! iY que se le pega el otro brazo! Y vuelve a decir:
Suéltame porque te voy a patear.
Pero el muñeco no contestaba porque los muñecos no hablan. iY que le
da la patada! iY que se le pega la pata!
Al otro día, el viejito fue al huerto a ver si había caído el conejo
en la trampa. Lo agarró y lo metió debajo de un chiquihuite, mientras
la viejita molía todos los ingredientes para hacer el adobo. Cuando ya
casi estaba todo listo, fue el viejito a sacar al conejo, pero ¡nada!
se había escapado.
¡Ya no hagas el adobo, viejita! gritó el viejito, el
conejo ha desaparecido por arte de magia. |