Según contaban los abuelos, allá por el año de 1700 se encantó el pueblo
de San Bartolo. Desapareció. Se sumió hondo, según cuentan. No se sabe
bien por qué sucedió tamaña desgracia, aunque algunos aseguran que cuando
se hizo la iglesia de San Bartolo no tenía campanas y fueron a robarse
las del templo de un pueblo cercano, llamado San Lucas Tecopilco. Dicen
que llegaron al campanario a las once de la noche, cuando todos dormían,
con mucho cuidado bajaron las campanas y como a las doce, cuando iban
entrando con ellas a San Bartolo, el pueblo desapareció. Se encantó, dicen.
Se hundió.
Lo único que quedó fue el santo patrón del pueblo, paradito en un pino.
Cuentan que cuando lo hallaron unos peones que andaban trabajando en lo
que eran las tierras de la hacienda de Cuamanzingo corrieron a avisarle
a los dueños, y que entonces ellos recogieron al santito y lo pusieron
en el altar mayor de la capilla de la hacienda. Al otro día, cuando fueron
a verlo, se dieron cuenta de que el santito ya no estaba. Luego luego
se dirigieron al punto donde lo habían encontrado paradito en su pino,
y allí estaba. Otra vez se lo llevaron y él se regresaba, y dicen que
caminaba, porque sus huarachitos estaban llenos de lodo y tallados de
la suela. Con seguridad el santito se cansó de tanta vuelta y vuelta,
y aunque ahora en la hacienda no vive nadie, él ahí está en el altar mayor.
También cuentan que el 24 de agosto, que es la feria en ese pueblo encantado,
a las meritas doce de la noche se oyen cómo suenan las campanas, cantan
gallos y truenan cohetes. Me acuerdo bien de mis abuelos que me llevaban
quesque a oír misa frente al pino. Llegábamos y nos hincábamos; ellos
se persignaban y rezaban; yo nunca oí ni un ruidito siquiera, pero ellos
decían que sí se oía; ¡vaya usté a saber! |
Lo que sí se dice por ahí es que para desencantar al pueblo
de San Bartolo va a nacer un hombre, un hombre que tendrá el don de ver
al pueblo; este hombre debe entrar a su iglesia, y allí va a ver a un
Cristo roto, y a su lado harto oro. Si el hombre levanta al Cristo, se
desencantará al pueblo, pero si agarra el oro, él se quedará para siempre
allí abajo, en lo mero hondo, donde todavía está encantado el pueblo de
San Bartolo.
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