El hombre que le habló a su suerte


Había una vez un hombre muy trabajador, pero su trabajo apenas le daba para mal comer, pues se dedicaba a acarrear leña para vender y para que quemara la señora de la casa. Un día que estaba trabajando en el cerro oyó unos ruidos extraños, pero no hizo caso, siguió corte y corte la leña que vendería esa tarde, cuando bajara al pueblo.

jijijiji

 

 

Ya empezaba a pensar en otras cosas, cuando oyó como el chillido de un elefante. Le dio harto miedo, pero hizo de tripas corazón y ai va, derechito a donde salía el chillido, para averiguar qué era aquello. Así fue a dar a donde estaba una muchacha muy bonita, enredada entre las ramas. El hombre empezó a cortar las ramas hasta que la joven quedó libre.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas? —le preguntó el leñador.

 

—Dime tu nombre primero —contestó la muchacha.

El leñador, sorprendido, tartamudeando, se lo dijo.

—Mira, tú no me conoces, pero yo a ti sí. Yo soy tu suerte y allí, debajo de las ramas que cortaste para liberarme, está tu dinero.

—¿Mi dinero? ¿Cuál dinero? —contestó asustado el leñador.

—Sí, mucho es el que has juntado durante toda tu vida de trabajador. Tómalo sin miedo, es tuyo. Ya sabrás lo que haces con él.

Sin averiguar más, y pensando que era un sueño, el hombre tomó el dinero y se fue muy contento a su casa. Su mujer tampoco creía que aquello fuera verdad. Estaban muy felices los dos. La gente empezó a ver cómo había cambiado la vida del leñador y de su señora, y no faltó quien les preguntara de dónde habían sacado dinero para arreglar la casa, comprar algún mueblecito y ropa. El hombre no les decía más que: "Le grité a mi suerte en el cerro".

 

Un hombre, el más flojo del pueblo, cuando oyó esto se fue casi volando al cerro para gritarle a su suerte, y va saliendo de entre el monte una mujer vieja, arrugada y toda chilandrajuda. El hombre flojo, todo asustado, le alcanzó a decir:

—¡A poco usted, tan horrible y fea, va a ser mi suerte!

—Pues cómo quieres que esté, si así me tienes; nunca trabajas y vienes a ver qué te doy; trabaja primero y después veremos...

El hombre, al escuchar la palabra trabajo, se fue corriendo cuesta abajo, como si le hubieran puesto un cuete en la cola, y nunca tuvo nada.

Y así se termina este cuento.

 

Recopilador: Cesáreo Reyes Saucedo.
Informante: María Pérez López.
Comunidad: Zacatecas.