El hombre que le habló a su suerte |
Ya empezaba a pensar en otras cosas, cuando oyó como el chillido de un elefante. Le dio harto miedo, pero hizo de tripas corazón y ai va, derechito a donde salía el chillido, para averiguar qué era aquello. Así fue a dar a donde estaba una muchacha muy bonita, enredada entre las ramas. El hombre empezó a cortar las ramas hasta que la joven quedó libre. |
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Dime tu nombre primero contestó la muchacha. El leñador, sorprendido, tartamudeando, se lo dijo. Mira, tú no me conoces, pero yo a ti sí. Yo soy tu suerte y allí, debajo de las ramas que cortaste para liberarme, está tu dinero. ¿Mi dinero? ¿Cuál dinero? contestó asustado el leñador. Sí, mucho es el que has juntado durante toda tu vida de trabajador. Tómalo sin miedo, es tuyo. Ya sabrás lo que haces con él. |
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Un hombre, el más flojo del pueblo, cuando oyó esto se fue casi volando al cerro para gritarle a su suerte, y va saliendo de entre el monte una mujer vieja, arrugada y toda chilandrajuda. El hombre flojo, todo asustado, le alcanzó a decir: ¡A poco usted, tan horrible y fea, va a ser mi suerte! Pues cómo quieres que esté, si así me tienes; nunca trabajas y vienes a ver qué te doy; trabaja primero y después veremos... El hombre, al escuchar la palabra trabajo, se fue corriendo cuesta abajo, como si le hubieran puesto un cuete en la cola, y nunca tuvo nada. |
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Recopilador: Cesáreo Reyes Saucedo. |