El carbonerito y sus animales


Había una vez un campesino cuyo trabajo era hacer carbón para que cocinaran las señoras del lugar, pues donde vivía no contaban con gas de estufa.

Diario iba al monte, acompañado de su inseparable perrita, que no lo dejaba ni un instante, y de su burrito, que era quien acarreaba el carbón.

Para poder hacer este último, el carbonero cortaba muchos palos verdes y los alineaba por montones, a fin de que la leña se secara y fuera posible prenderle fuego.

Cada ocho días llevaba al pueblo bastantes saquillos de carbón, que le dejaban muy buena ganancia, pues los distribuía en todas las viviendas, ya que la mayoría de las señoras cocinaban con carbón o con leña seca.

Así fueron pasando los días, hasta que llegó el tiempo de aguas. Conforme llovía, el terreno se iba poniendo lodoso, el burrito no podía caminar con facilidad sobre él, especialmente cuando llevaba a cuestas su carga de carbón.

Bueno, pues con decir que llegó el momento en que el burrito no podía dar ni un paso de tan feo que estaba el camino. Y el carbonero no encontró otra forma para hacerle salir de ahí que sonarle al pobre burro con una vara, hasta que salía del atascadero.

Ya era cosa de diario: se atascaba el burrito, y su dueño, apurado, le daba de palos en las patas, en la cabeza y en todo el cuerpo.

Cierta vez en que al animalito le estaba costando especial trabajo salir, su amo oyó una voz que venía de quién sabe dónde, que le decía:

—Ya no le pegues tanto a ese animal, que un día te vas a dar una sorpresa.

Pero el hombre le siguió dando al burro, hasta que salió del atascadero.

Sin embargo, en una de tantas veces, el animal ya no pudo salir del lodo, pues su carga era muy pesada.

El dueño del asno estaba dándole de palos, cuando el burro le dijo con una voz muy gruesa:

—Amo, por favor, ya no me pegues.

Al oírlo, el hombre salió corriendo como flecha y fue a parar por allá, hasta la cima de un cerro, junto con su perrita.

 
 

—¡Ay, Dios mío! —gimió agitado el hombre— nunca había escuchado hablar a un burro.

Y la perrita le contestó con voz delgada:

—Ni yo tampoco.

Al escuchar esto, el hombre fue a parar hasta su casa con una fuerte calentura.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó su esposa.

Y él, con mucho trabajo, le explicó lo sucedido.

Ella comprendió de qué se trataba y se puso a hacerle ver las cosas malas que le había hecho a su burro, y que a los animales tenemos que cuidarlos, no maltratarlos nunca y darles de comer buenos alimentos, para que sean fuertes y sanos.

El carbonero comprendió, y nunca más volvió a maltratar a su burro. Sólo una pregunta daba vueltas en su cabeza.

—¿De quién era esa voz a la que no le hice caso?

 

Recopilador: Norberto Cruz Tinajero.
Informante: Sergio Cruz Cruz.
Comunidad: Escárcega, Campeche.