Cuentan que, en un rancho, vivía la familia Balam.
El padre se llamaba Eduviges; su esposa, Alberta Yam y sus hijos e hijas,
Cristina, Manuela, José y Pedro.
En el rancho se criaba ganado y se cultivaban árboles frutales y, para
cuidarlos, los Balam tenían que sacar agua del pozo.
Siempre lo hacían en la mañana, antes de las doce, porque don Eduviges
les decía:
No vayan a buscar agua a esa hora, porque les sale el Negro.
¿El Negro? preguntaban sus hijos.
Sí contestaba don Eduviges ese pozo tiene dueño.
Sus hijos no comprendían qué hacía ese "Negro" allí, si la familia Balam
era dueña del terreno y, por lo mismo, del pozo. ¿Quién
es? insistían a su padre.
El viento respondía don Eduviges muy serio. Y nada más.
Pero su hija Manuela quería comprobar si lo que decía su papá era cierto
y, sin decirle nada a nadie, fue a buscar agua a las doce del día.
Al querer sacar agua del pozo, la muchacha sintió que alguien le jalaba
el cubo. Se inclinó y no vio a nadie. Pero, al enderezarse, sintió que
alguien la cargaba y empezó a gritar:
¡Papá!, ¡ayúdame! ¡Que el Negro me está llevando!
Su papá salió corriendo con una soga remojada y se acercó hacia donde
oía a su hija. Pero cuando se disponía a agarrarla, se encontró conque
ya la muchacha estaba encima de la albarrada.
Al fin, el padre la bajó
y la tomó en sus brazos, y, en ese mismo momento, Manuela se desmayó.
Tardó una hora para volver en sí. Y entonces, la llevaron con un señor
que curaba, un hierbatero, pero él dijo:
Esta muchacha no vivirá mucho tiempo, pues el dueño del pozo se
enamoró de ella.
Desde entonces, a Manuela le daba mucho sueño. Hasta que un día, su mamá
fue a despertarla y vio que estaba muerta.
Nadie más ha ido a buscar agua al pozo a las doce del día.
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