Los hijos de Eva |
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Sí respondió el niño se fue con los guamudos, unos que traían sombreros grandes y faldetas hasta los pies. Entonces se acabó la fiesta, ensillamos unos caballos y salimos a buscar al niño: ¡Tito...! ¡Tito...! le gritábamos pero nada. Ya era de noche y mi compadre lloraba de la desesperación. Se fue la oscuridad y nos amaneció, llegamos a una arboleda muy tupida, junto a un arroyo. A esas horas ya no aguantábamos los ojos y la garganta nos ardía de tanto gritar, de repente los caballos se pusieron bravos, se paraban de manos y relinchaban, tenían miedo. En eso escuchamos la voz de Conrado Díaz: ¡El niño... el niño! gritaba. Y allí estaba Tito Solís: metido entre la maleza y amarrado con los bejucos de los árboles. Mi compadre corrió a rescatarlo. ¿Quién te amarró, hijo? le preguntaba Manlio, pero el niño no respondía, estaba mudo del mal aire, así que mi compadre se lo llevó derecho a la iglesia, porque el vaho de los chaneques es malo; si respiran cerca de uno, lo pueden enfermar, le entorpecen la mente. Según dice la historia, Dios pidió a Eva que le llevara todos sus hijos para darles su bendición. Ella los mandó llamar, pero cuando vio que aún no llegaban todos y ya tenía una plaza llena de hombres, ya no los llamó a todos, le dio vergüenza tanto hijo. ¿Estos son todos tus hijos? le preguntó Dios. Sí señor... le mintió Eva. Dios bendijo a los que estaban allí, mientras que los otros se quedaron perdidos en el monte. Por eso son cosas malas, malos aires... y cuando ven a los niños se los llevan para perderlos en el monte como a ellos les hicieron. |