El duende que jugaba canicas


 


na noche fui a una fiesta con mis amigos y estuve bailando un buen rato, luego me aburrí y decidí irme

para mi casa. Iba yo caminando por la calle cuando llegué a un terreno baldío cercado con alambre de púas, una cerca muy alta. Apenas lo pasé que veo en el corredor de una casa a un niño jugando a las canicas; eran como las dos de la mañana y pues me pareció raro, ¡muchacho canijo, qué haces a estas horas!
—le dije. El chamaco nada más se me quedó mirando. ¿No oyes? te estoy hablando, ahorita no son horas para jugar. Dime dónde vives para llevarte —le pregunté. El niño: en silencio. ¿Adónde vives? ¿Qué no sabes hablar? Nada más negó con la cabeza. Pues si no sabes hablar, me vas a decir en qué casa vives. Y que me dice sí con la cabeza, se agarró de mi mano y me fue jalando. Entonces empezó lo feo, porque el chamaco me llevaba hacia el solar cercado. ¡No hombre, allí no vamos a entrar! ¡No hay paso! —le dije. Pero el niño me jalaba, tenía mucha fuerza. Llegamos al alambrado y que lo traspasa, sin arañarse siquiera. ¡Ay, yo quería soltarlo pero no me dejaba!, entonces que le veo los ojos
y los tenía como brasas, rojos y brillantes.
¡Ave María purísima! ¡Dios mío!, empecé

a gritar y que se desvanece el chamaquito. Luego me agarró un frío, un temblor y me eché a caminar hasta llegar a mi casa. No, con eso no me quedaron ganas de volver a ningún baile.