Los señores del manzanito





mí siempre me gustó el monte, mi abuela y yo íbamos a buscar leña y cuando ya teníamos suficiente, yo me ponía
a correr de un lado a otro como chiva loca. Como estaba

chica, no me dejaban ir sola, o iba con mi abuela o no salía, aunque bien que me las ingeniaba y me pintaba con mis amigas. Recuerdo que éramos siete muchachas, nos íbamos riendo y contando cosas; la gana de entrar al monte se debía a unos árboles llamados manzanitos, que daban un fruto muy dulce, como una manzana pero chiquita. Eran árboles silvestres que crecían a la orilla del río, ahora ya no hay, se los acabó la gente.

Un día que andábamos las siete muchachas entre los manzanitos, Rita Valencia nos llamó a grito abierto:

—¡Ay, ayayayy... un chanequito! —decía y señalaba hacia uno de los árboles. Todas fuimos a ver y que van saliendo unos hombrecitos negros, desnudos y sucios. Corrimos en bola, porque los hombrecitos nos querían agarrar, había uno para cada muchacha. Corrimos hasta llegar al pueblo y ninguna dijo nada, si no, jamás volveríamos al monte. A lo mejor, esos señores cuidaban los árboles, pero quién sabe, nunca supimos más de ellos y eso que no dejamos de irnos de pinta.