La vieja chichima







icen que duerme recostada sobre un palo, porque si se echa no puede levantarse. Ya está vieja y tiene tan tremendas chiches, que puede estirárselas y ponerse una en cada

hombro; tiene dos colmillos muy largos y es fea además de fiera.

Es muy mañosa, se pone a freír plátanos para que el dulce olor de la fruta dorada atraiga a los niños, quienes creyendo que es una abuela se acercan a pedirle. Entonces la vieja los encierra y luego se los come vivos.

Cuentan que un día, la Chichima se paseaba por la orilla del mar, cuando encontró a una familia de tuxtlecos que había ido a buscar cangrejos. La mujer y el hombre se habían metido entre las rocas, mientras los niños jugaban en la playa.

—¡Ay, qué buenos chamaquitos están aquí sentados! —dijo la Chichima, saboreándose.

Los niños se asustaron al ver que la vieja se estiraba las chiches mientras les enseñaba unos colmillos enormes. Uno de ellos corrió a buscar a sus padres pero el otro, del miedo se quedó sentado y la vieja se lo llevó arrastrando.

—¡Papá, papá! —gritaba el niño.

El hombre salió de entre las piedras con su carabina y comenzó a dispararle a la Chichima, pero las balas no le entraban, rebotaban y caían al suelo. El hombre se le dejó ir a golpes, pero la vieja era tan fuerte que de un empujón lo derrumbó.

Así, se llevó a toda la familia, sólo se escapó uno de los niños, quién corrió a pedir ayuda. La vieja arrastró la familia a la cueva y empezó a comérselos. Primero se comió al papá:

—¡Por canijo...! —decía. Luego siguió la mamá, pero le supo feo y nada más la dejó medio mordida. Prefirió comerse al niño. Estaba tan a gusto, come y come, que no escuchó al pueblo entero llegar hasta su refugio. La gente puso en la entrada de la cueva dos cajas de pólvora con una mecha muy larga y la encendieron. ¡Uta...!, fue una gran explosión, el tronar se escuchó hasta muy lejos. Sólo se oían los bramidos de la vieja entre la candela. Así se acabó con ella, bueno, eso se cree...