Recoger los pasos



ra una noche de junio, la luna estaba muy bonita, iluminaba los árboles, porque entonces todo el derredor eran puros árboles. Mis papás se habían ido a Jamapa, a visitar unos compadres.

Estaba tomando el fresco en la puerta de la casa, cuando me acordé que mi mamá me había dejado en el patio una batea de ropa para tender. Así que fui hasta el lavadero y empecé a sacar la ropa, exprimirla y colgarla. Desde allí veía la casa vecina, en el corredor estaba sentada la familia, platicando, con el calor que hacía nadie estaba adentro. De pronto sentí una presencia, volteé y vi a un joven muy guapo, traía su pantalón azul, camisa blanca y sombrero de petate, se veía muy limpio, como recién bañado. No me dijo nada, sólo me miraba. Yo seguí tendiendo la ropa. En un momento que empieza a caminar, pero de espaldas, bueno eso parecía porque no se dio la vuelta, siempre le vi el rostro.

Me pareció raro y lo seguí, pero se me perdió. Fui con la familia de enfrente y les pregunté: ¿vieron para donde se fue?

—¿Quién? —me dijeron.

—¡El muchacho que estaba conmigo!

—No, no vimos a nadie.

No hice más caso. Al otro día mi papá fue al mercado y de regreso me dijo: ¿ya sabes lo que pasó anoche? Hubo un problema en la cárcel, dicen que les aplicaron la ley fuga a unos hombres. Entre ellos se fue un inocente muchacho que había sido detenido por una insignificancia. Vestía como el joven que te visitó anoche.

¡Ay, sentí muy feo! Ni llorar podía, era como un ansia aquí dentro. Luego me acordé que él había venido a mi fiesta de quince años. Recuerdo que bailó con todas las muchachas, no paró en toda la noche.

Mi cumpleaños fue en abril y lo mataron en junio, antes de irse vino a recoger sus pasos.