El tapanco

   

uy cerca del rancho donde yo me crié, vivía un señor que era hermano de mi

padre; un día se murió y la familia se fue, dejando la casa abandonada. Agarraron sus cosas y se fueron, pero olvidaron un costal de panela en el tapanco, porque antes se acostumbraba comprarla por costales y guardarla en un tapanco.

Yo estaba pollón, tendría unos ocho años y cuando no tenía qué hacer iba a robarme la panela, me subía al tapanco, abría el costal y comía hasta que me hartaba de dulce, ni miedo, ni nada me

daba, pero un día que me empiezan a caer piedritas. ¡Ya me agarraron! —pensé— y que me bajo a la carrera. Pero nada, no había nadie, entonces que cojo una de las piedras, estaba redondita y mojada, era piedra de río, ¿y ora? me pregunté, porque el río estaba lejos. Mi padre me dijo que habían sido los duendes del agua, que habían olido el dulce y querían comérselo. Ya no volví al tapanco, dejé que se comieran toda la panela, al fin que yo ya tenía dulce hasta el paladar.