Los vientos que pierden



gustín Castelar y su esposa doña Chepina, vivían en el pueblo de Casas Viejas. A la señora le gustaba andar mucho en la iglesia; un sábado iba a haber un bautizo en Tres Zapotes y doña Chepina le dijo a su marido que iba a ir porque el bautizado era hijo de una amiga suya. Agustín,

a quien no le gustaban las fiestas, prefirió quedarse a cuidar los becerros.

—Ándale, vamos un rato nada más —le decía su esposa.

—No, yo me quedo. ¡Ni ganas de ir...!

—Pues yo me voy, Agustín. Mira que ya se fueron todos y yo por estarte esperando, aquí sigo.

Doña Chepina se fue sola por una loma y nunca llegó a Tres Zapotes. En el bautizo se quedaron esperándola. Hasta otro día la encontraron entre el monte y eso porque pegaba unos gritos horribles; estaba toda arañada y despeinada, como si la hubieran golpeado.

—¿Pero qué te pasó? —le preguntó su esposo.

—¡Ay Agustín! No sé. Iba por el monte y de pronto que me salen unos vientos, yo me iba por un lado y me salía uno, me iba por el otro y el mismo aire volvía y me pegaba en la cara, hasta que no supe por dónde caminar.

Después de aquello doña Chepina, no volvió a salir sola al monte, quedó muy asustada.