Los perros y los temblores

Hace mucho tiempo, cuando hubo los primeros perros, ocurrió una desgracia. Se sintió un temblor de tierra. Pero los perros que andaban por las calles del pueblo no hicieron caso. Ellos siguieron caminando como si nada.

—Vamos a seguir paseando —dijo un perro negro.

—Sí, caminemos. Al fin que no pasa nada —dijo un perro blanco.

Así anduvieron los perros, hasta que el temblor se hizo más fuerte. Y las paredes se les cayeron encima.

—iAuu, auu, auu! —aullaban de dolor.

Después del temblor, muchos perros quedaron muy lastimados. Entonces, se juntaron todos, los sanos y los magullados. Y se pusieron de acuerdo:

—Tenemos que ser más cuidadosos de hoy en adelante —dijo un perro rabón.

—¡Ay... sí! No nos volverá a pasar lo mismo por descuidados —dijo un perro cojo, todo adolorido.

—Y hasta cuando no haya temblores debemos protegernos —dijo un perro orejón.

 

Por eso, ahora, a los perros se les ve metiendo la pata donde quiera que andan. Y, hasta cuando van a orinar, ponen la pata en las paredes o en los árboles para estar seguros. No se les vayan a caer las cosas cuando estén tan ocupados.