La olla



Allá por el año de 1927 existía un camino que salía de Huatabampo y se perdía en las tierras de Sinaloa; quien tomaba ese camino iba a dar a una tierra sin gente, donde no había nada. Pues bien, mis abuelos se fueron un día por ese camino, estaban tan enamorados que agarraron cosas e hijos y caminaron en busca de una buena tierra. Los siguieron otras familias igual de enamoradas y así, entre todos, fundaron un pueblo pequeño que hoy se llama Ejido La Unión.

Por aquella época había muchos coyotes y zorros que se acercaban a los gallineros para comerse alguna gallina gorda, por lo que mi abuelo velaba el sueño de los pollos, cuando los coyotes andaban cerca. Una noche el viejo quedó sorprendido por una llamarada que surgía a lo lejos, en el llano.

Al otro día fue a ver qué había ocasionado la lumbre aquella, pero no encontró nada, ni palos quemados ni cenizas, el llano estaba limpio. El abuelo era muy terco así que apenas anocheció, se sentó junto al gallinero y no dejó de mirar para el llano.

—¡Tiene que aparecer la lumbre! —se decía.

Así estuvo muchas noches, hasta que la volvió a ver. Y, ¡no, hombre!, nada más esperó que amaneciera y corrió para el llano, cuando llegó adonde aparecía la llamarada no encontró nada, ni cenizas. —¿Cómo va a ser? —se dijo. Y empezó a escarbar muy enojado.

No había cavado ni un metro, cuando se encontró una olla cubierta con una manta. Desesperado, el abuelo sacó la olla y desamarró la manta. ¡Oh! sorpresa que se llevó: estaba llena de semillas. —¡Ah, qué caray! —se dijo muy agüitado— ¡tanto batallar para nada! y le dio un manotazo que por allá fue a dar la olla.

—Bueno... servirá para cocer ejotes —pensó.

Al recogerla descubrió que todavía pesaba y la dejó caer. Apenas se rajó el barro, rodaron grandes monedas de plata y dos crucifijos de oro; eran 61 monedas.

Al llegar a su casa el abuelo le contó a su mujer dónde y cómo se había encontrado el tesoro. Festejaron y se sintieron todavía más enamorados, lo malo es que a los ocho meses mi abuelo tomó su caballo y se fue a dar una vuelta por donde encontró la olla y no regresó. Dicen que fue el precio por haber encontrado el tesoro.


¡Sabrá Dios! El que sí volvió fue el caballo, pero sin silla, nomás con el subadero.