Los duendes abandonados



En un ejido del valle sonorense, muy cerca de Huatabampo, vivía una señora en una casa de carrizo. Todos los campesinos decían que era bruja, porque siempre vestía de negro y la veían salir acompañada de dos perros enormes y unos pequeños duendes que jugaban con la falda de la mujer. Los campesinos no la querían, le echaban la culpa de que algunos no levantaran cosecha. Por eso, cada que la veían, la ofendían y corrían a esconderse, porque si la señora los maldecía, de seguro les pasaba alguna desgracia.

Un día, la gente decidió acabar con la señora bruja. Quince campesinos se armaron de valor y sin hacer ruido, fueron a la casa de la mujer durante la noche. Llevaban antorchas encendidas, así que le prendieron fuego a la choza. Los campesinos se asustaron al oír muchos gritos y más, al ver salir huyendo a los duendes.

—¡Agarren a los duendes! ¡Que no se escapen! —gritaban los hombres. Pero los duendes se perdieron entre el monte. Nadie los pudo atrapar.

Luego de aquella noche la gente se sintió tranquila, pero al poco tiempo los duendes salieron del monte y regresaron a la choza de la bruja. Como sólo encontraron cenizas, lloraron tan fuerte y por tantos días, que ninguna persona pudo dormir un buen tiempo.

Mas ahí no terminó, desde ese día, los duendes, en venganza por la muerte de su amada bruja, se dedicaron a destruir los sembradíos.


Los campesinos les ponían trampas y los correteaban, pero jamás lograron atraparlos. Dicen que aún se puede oír como lloran su abandono en el lugar donde vivían con su bruja, pero que ya no se meten con las siembras.