El rey del desierto



Cuentan por ahí que un grupo de animales se reunió en medio del desierto para organizar un concurso. Allí estaban un águila, un juancito, una iguana, una tarántula, una culebra y un camaleón; todos tan ansiosos que nadie paraba de hablar, hasta que el águila se subió a un sahuaro y les dijo:

—¡Ey, animales! Vamos a iniciar el concurso. Veremos quién es el más listo, cuando yo dé la orden, todos corren a esconderse, luego los voy a buscar y al que encuentre al último será el ganador.

—¿Y cuál va a ser el premio? —preguntó la iguana.

—Una corona —contestó el juancito—. El ganador la llevará para siempre, así todos sabremos que por ser el más listo, es el rey del desierto.

Así, el águila les dijo:

—Voy a cerrar los ojos y a contar hasta diez. Luego empezaré a buscarlos.

 

¡Uno, dos, tres..!

 

Todos los animales corrieron
a esconderse donde según ellos nadie los encontraría. Unos hacían hoyos en la arena, otros detrás de las biznagas y otros entre las piedras. Por fin el águila terminó de contar y comenzó a buscar; a la primera que encontró fue a la culebra.

 

—¡Ya te vi culebra, sal de ahí!

—¡Ay, no! Por favor, deja que me vuelva a esconder. ¡Todos van a decir que soy una mensa! —gritó la culebra.

—Ni modo, ya perdiste —le contestó el águila y siguió buscando a los demás.

Así encontró a la iguana trepada en una piedra, al juancito en un hoyo y a la tarántula entre las biznagas.

—Bueno —dijo el águila— como la tarántula fue la última en aparecer es la ganadora.

Todos aplaudieron y estuvieron de acuerdo, menos la culebra. Iban a ponerle la corona a la tarántula cuando de pronto se escuchó un silbido.

 

—¡A mi ni me vean! —dijo la culebra—.
Seré envidiosa pero no sé chiflar...

—¡Oigan, aquí falta alguien! —interrumpió
el juancito ¿Dónde está el camaleón?

—¡Sí, es cierto! ¿Dónde estará? —
se preguntaron unos a otros.

—¡ Fiiiiuu! —chifló el camaleón—
Aquí estoy, en medio de ustedes.

—¿Pero, como le hiciste? —
le dijo la tarántula.











—Lo único que hice fue quedarme parado y como vi que todos se escondieron muy rápido me dio tanta vergüenza que empecé a ponerme de varios colores, hasta que me quedé del color de la tierra.

—¡Ah no! —protestó la culebra— Él no puede ser el ganador, aunque haya aparecido al último, ni siquiera buscó dónde meterse.

—¡Sí, sí! No se vale! —gritaron los otros animales.

—¡A ver, silencio! —dijo el águila— Como nadie está conforme, que el camaleón nos demuestre cómo le hizo, así veremos si le corresponde el triunfo o no.

Entonces, todos los animales se pusieron muy contentos y en sus meras narices vieron cómo desapareció el camaleón.

—¡Ohhh!¡Ahh! ¿Dónde está? —se decían.

—Estoy en medio de ustedes. No me he movido. Fíjense, voy a abrir un ojo para que me vean.

— ¡Es cierto, allí está! —gritó la iguana muy sorprendida, mientras los demás animales aplaudían.


 

—¡Guácala! —protestó la culebra —
¡Tramposos! ¡Ya no juego! Y se fue
del lugar haciendo gestos y muecas.

Desde entonces el camaleón cambia de color
nada más oye o ve algo, pues teme que la culebra
quiera robarle su corona. Por el contrario,
la envidiosa culebra ve a alguien y saca la lengua,
pues sigue resentida con todos los animales.