Anexo 2

Atardecer de invierno

José Arenivar

La tarde es fría, sin alma, las nubes grises producen gotas de lluvia que se deslizan suavemente por el asfalto que se encuentra de un negro brillante, el viento sonroja las mejillas de los cuatro adolescentes que se dirigen a sus casas después de las clases en la secundaria vespertina. En sus manos ateridas llevan libros y cuadernos que a pesar del esfuerzo que hacen los muchachos por protegerlos, poco a poco se van humedeciendo.

—El maestro es aburrido...

—Sí, a duras penas lo soporto.

—Y anticuado...

—¡Claro! Él qué sabe de la onda.

—¿Ustedes creen que tenga vicios?

—¿Por supuesto! Nomás que los disimula.

—Me choca cuando habla de su tiempo.

—¡Cómo me gustaría ponerlo en ridículo!

—¡Cuándo llegará el fin de año!

—¡Lo odio cuando suelta sus sermones!

—En ocasiones no le entiendo nada...

—¡Me lleva! ¡Cómo tengo frío!

—¡Es una tarde de perros!

—Y esta agüita que cómo molesta, y ¡la casa tan lejos!

—Y volviendo al profe, ¡a quién le van a interesar sus teorías?

—Está re loco...

—No soporto sus consejos.

—Siempre con sus tres o cuatro cambios de ropa.

—Parece fotografía.

—¡Por qué no se enferma seguido?

—Es un chismoso, mandó llamar a mis padres.

—¡Ojalá lo cambiaran de escuela!

—¡Cuánto ganará?

—Es un pobretón...

—Está peor que papá.

—¡Híjole, ese loco por poco y nos baña toditos!

—Por aquí los carros pasan volando.

—Es el profe más feo de la escuela.

—Y muy “grillero”.

—Sí, es el que pinta las mantas para las marchas y manifestaciones de sus políticas. Así fuera para pintarse de clase...

—¡Qué va! Se las da de muy responsable.

—¿Has visto el carro que trae?

—Es una chatarra.

—Todas las cosas se parecen a su dueño.

—¡Entregaste la grabadora?

—Sí, y tú ¿dónde dejaste el cassette de rock?

—El viejo me lo quitó en la clase.

—¡Tarugo! ¿Qué no lo conoces?

—Parece que tiene ojos en la espalda.

—Y orejas de venado...

—Y ¿cómo te fue en su prueba?

—Regular, pero me costó un esfuerzo tremendo estudiar.

—El día de la graduación le voy a decir sus verdades.

—¿Estás loco? A lo mejor te da clase en la prepa...

—¡Oh! ¡No! prefiero ponerme a trabajar.

—Ya no aguanto este frío, y la casa tan lejos...

—Para colmo, no se quita la llovizna.

—¡Odio este tiempo!

—¡Y los libros tan pesados!

—Piedras quisiera lanzarle al profe.

—¡Ya casi me congelo!

—Pues aguántate, nosotros también tenemos frío.

—¿Por qué no nos dejaría salir el profe más temprano?

—¡Qué va! Ése es un desalmado.

—¡Y un desgraciado!

—¡Cuidado con los automóviles, nos pueden salpicar!

—Faltan como diez cuadras para llegar a casa.

—Ya tengo mucha hambre.

—Pues cómete tus libros, a ver si así aprendes...

—¡Ya déjense de tonterías y apuren el paso!

—¡Cómo me gustaría ver al profe caminando con nosotros!

—¡Sí cómo no! Él va en su chatarra.

—Ya ha de estar en su casa cenando, el muy cómodo...

—¡Hey! ¡Muchachos! ¿No quieren un aventón?

—¡El profe!

—¡Seguro! ¡Vamos, dense prisa!

—Gracias maestro, nos íbamos congelando...

—Oiga profe, ¿y este niño quién es?

—Es Martín, mi hijo...

—Oye Martín, ¿qué tal es tu papá?

—Cierto chamaco, tu papá es muy buena onda, ¿verdad compañeros?

—Así es –contestaron los otros tres.

—Ya llegamos, muchachos.

—Muy bien profe, gracias por el aventón.

—¡Hey! Manuel, toma tu cassette y no lo saques en la clase. ¿Entendido?