I. EL SOL EN LAS RELIGIONES ANTIGUAS Y EN LA MITOLOG�A

RESULTA l�gico que el hombre primitivo asociara los fen�menos naturales a fuerzas sobrenaturales y que los adorara como dioses del Sol, el rayo o la lluvia, ya que no ten�a otra explicaci�n para las causas de su existencia o de sus efectos sobre su vida diaria. As�, la historia de las religiones forma parte importante de la historia de la humanidad.

Si aceptamos que la religi�n es la afirmaci�n de la existencia de poderes sobrenaturales —personales o impersonales—, en el pensamiento, la conducta y los deseos del hombre, podemos entender que �ste se haya sentido dependiente de esos poderes y haya tratado de ganarlos para s�, o elevarse hacia ellos.

Por su concepci�n del mundo, los pueblos primitivos cre�an ver en todo lo que les rodeaba los efectos de las fuerzas m�gicas o de los esp�ritus. Hasta en los sistemas metaf�sicos completamente cultos de las altas religiones se manifiesta el pensamiento del hombre religioso en una sobresaturaci�n de formas que intentan aclarar los or�genes de la vida. A trav�s de las experiencias cotidianas, busca dirigirse a la metaf�sica o lo sobrenatural.

El mito, que en griego (mythos) significa relato, y despu�s, en el lenguaje de los fil�sofos, tom� un sentido m�s restringido: "relato fant�stico, inventado o falso (por oposici�n al logos, discurso razonado)" vino a designar precisamente los relatos de origen religioso, en los cuales los pensadores hab�an dejado de creer. Los mitos, aun siendo oscuros desde el punto de vista racional, escond�an verdades profundas bajo la apariencia de cuentos fant�sticos (alegor�as) o bien conten�an hechos hist�ricos reales deformados por la imaginaci�n popular.

Para algunos investigadores el mito es una transposici�n libre e imaginativa de las experiencias humanas, mientras que, para otros, representa una tentativa rudimentaria de explicaci�n de los fen�menos naturales. Sin embargo, no debe olvidarse el car�cter espec�ficamente religioso del mito. Por lo general, los mitos narran los or�genes de los fen�menos naturales, pero no tratan de explicarlos. El mito garantiza, ante todo, la estabilidad de la realidad existente (el cielo no se desplomar�, el Sol saldr� todos los d�as, el fuego no desaparecer�). Evoca tambi�n los or�genes de la preocupaciones del hombre: la vejez, la muerte, las enfermedades, la guerra.

Todos los hechos adquieren sentido si se ubican en el tiempo de sus orígenes y sobre ellos se establece un orden humano. Siendo el Sol la fuente principal de la vida, es natural que haya sido la figura central en casi todas las religiones o mitolog�as primitivas. Desde el origen de la humanidad, se ha reconocido al Sol como una fuerza esencial.

EL SOL EN LA RELIGI�N EGIPCIA

La cosmogon�a egipcia es una colecci�n de creencias antiguas relacionadas con la Creaci�n y el origen del Universo. Seg�n �stas, el Universo estaba originalmente lleno de un oc�ano primario e inm�vil llamado Nu (caos), a partir del cual surgieron la tierra y el agua.

Sobre el origen del dios Sol y otros dioses celestes exist�an un gran n�mero de mitos, que describ�an el cielo como el oc�ano por donde viajaban, en barcos, el Sol, la Luna y las estrellas. La aparici�n del Sol por las ma�anas se explicaba por la existencia de un r�o subterr�neo, por donde el Sol atravesaba de noche el bajo mundo. En la m�s famosa de las tres tradiciones cosmog�nicas principales, la de Heli�polis, en el Bajo Egipto, Atum emergi� de los desperdicios de Nu y descans� en la colina original. En el a�o 2300 a.C., Atum se relacion� con Ra, el dios Sol, como s�mbolo del advenimiento de la luz en oscuridad de Nu. Atum dio existencia a la primera pareja divina: Shu (el aire seco) y Tefnut (la humedad). Seg�n la tradici�n, Atum es separado de Shu y Tefnut. Pero en su reencuentro, al llorar de alegr�a, sus l�grimas se transformaron en el hombre.

En el Alto Egipto (Herm�polis) emergen ocho deidades de Nu, las que crearon una flor de loto —que flotaba en las aguas de Nu— de la cual surgi� el dios Sol, Ra.

La creaci�n es el resultado de la voluntad del dios Sol, al nacer como un ni�o entre los p�talos de un loto. A este mito corresponde la ofrenda, en los templos, de un loto de oro que evoca el cotidiano regreso de la luz y una creaci�n recomenzada.



Figura 3. Sol Egipcio.



En el transcurso del tiempo, muchos dioses se convirtieron en dioses Sol bajo las formas de Amon-Ra y Khnum-Ra, entre otros; lo cual significaba el reconocimiento, en cada uno de ellos, de la fuerza creadora del Sol. Osiris es, por ejemplo, el dios de la eterna renovaci�n.

En la religi�n sumeria tambi�n aparece el dios Ud o Utu, "luz", ocupando un lugar central, como el dispensador de toda posibilidad de vida. El Sol es tambi�n —al igual que en la religi�n hitita— un elemento fundamental de la alegr�a de vivir y de la fuerza vital de la naturaleza. El hombre busca el amparo de la claridad del Sol, siempre en lucha con la oscuridad y los poderes malignos que en ella se ocultan.

EL SOL EN LAS RELIGIONES MESOAMERICANAS

Desde su infancia, el mexicano o�a decir que hab�a venido al mundo para dar su coraz�n y su sangre a "nuestra madre y nuestro padre: la Tierra y el Sol" (intonan intota tlaltecuhtli tonatiah). 1 Sabe que si muere sacrificado lo espera una eternidad grandiosa, primero al lado del dios solar y m�s tarde reencarnando, bajo la forma de un colibr�.

Para los aztecas, el Sol es un dios que se ha sacrificado, que ha querido morir para renacer eternamente. Los sacrificios que realizaban los aztecas con exaltaci�n y esperanza constitu�an un deber c�smico: el Sol s�lo se elevar�a, la lluvia s�lo descender�a, el ma�z s�lo surgir�a de la tierra y el tiempo s�lo proseguir�a su curso si se consumaban los sacrificios. La sangre de los hombres era la fuerza vital del Sol. As�, Huitzilopochtli —el Sol grande y duro de mediod�a— se anuncia, en el himno ritual que le est� dedicado, con el grito "yo soy el que ha hecho salir el Sol".

Huitzilopochtli es el dios de los n�madas, de los guerreros y de los cazadores que vinieron de las estepas des�rticas. Promete, a los que lo siguen, la muerte violenta del sacrificio y la alegr�a del cortejo solar.

Los aztecas se consideraban "el pueblo del Sol"; su deber consist�a en hacer la guerra c�smica para dar al Sol su alimento. El bienestar y la supervivencia misma del universo depend�a de las ofrendas de sangre y de corazones al Sol.

La salida cotidiana del Sol se iniciaba desde la media noche y, al amanecer, lo escoltaba un deslumbrante s�quito integrado por los esp�ritus corporizados de los guerreros muertos en combate. A mediod�a, el cad�ver del Sol era conducido por el correspondiente s�quito de las mujeres muertas en el parto, a la manera de los guerreros combatientes, y as� al infinito el drama de la muerte y la resurrecci�n.

En un ciclo de vida m�s amplio, consideraban al Sol en el curso de un a�o, lo imaginaban movi�ndose por el cielo de sur a norte y de norte a sur. Esto se ha considerado como un reflejo de su conocimiento acerca de los solsticios y los equinoccios.



Figura 4. Tonatiuh, El Dios del Sol



Los astr�nomos mesoamericanos colocaron al Sol en la m�s alta jerarqu�a del cielo, como el m�ximo dispensador de bienes a la Tierra y al hombre. Lo representaban en forma de disco y hablaban de su muerte diaria, aunque siempre supieron que era el mismo que aparec�a todas las ma�anas. Los pueblos del altiplano situaban, en sus cosmogon�as, la creaci�n del Sol en Teotihuacan. El sentido astron�mico del Sol lo conservaron los quich�s en su libro sagrado, el Popol Vuh: "Cuando s�lo el cielo exist�a, y los dioses mismos estaban en una claridad deslumbrante [...] s�lo la luz se mostraba en lo increado."

LA LEYENDA DE LOS CINCO SOLES

Los mitos maya y nahua afirmaban que la era del quinto Sol —en la que se supone que vivimos— est� en declinaci�n. Las criaturas de la Tierra sufren continuamente al ser probadas por los dioses; cuando alguna especie falla, perece con el Sol al que pertenece.

Exist�an varias versiones de la bella leyenda del nacimiento y muerte de los soles.2 En los Anales de Cuauhtitl�n, una versi�n nahua relata que la primera de las cinco eras —cuatro de las cuales hab�an fenecido hac�a mucho tiempo— estaba representada por el ocelote. Este era el reino del poder instintivo que habitaba en la forma de un animal y en la obscuridad. Ninguno de estos habitantes se salv� de la extinci�n: los ocelotes los devoraron a todos. Despu�s lleg� el Sol del Aire, la era del esp�ritu puro. El hombre de esta era se transform� en mono. Posteriormente vino el Sol de Lluvia y del Fuego, pero sus criaturas tambi�n estaban destinadas a perecer, excepto los p�jaros capaces de volar para salvarse.

El �ltimo de los cuatro soles era el Sol del Agua, durante cuya era fueron creados los peces. Este Sol pereci� en una inundaci�n.

Los cuatro soles: de la energ�a animal de la tierra, del aire, del fuego y del agua, representaban, evidentemente, los cuatro elementos, cada uno de los cuales estaba condenado a morir. S�lo cuando naci� el quinto Sol —Naoll�n (cuatro movimientos)— fue posible, para los cuatro elementos separados, unirse y formar el Sol viviente de hoy. No podemos, sin embargo, considerar que el Sol es inmortal, s�lo lo ser� si la humanidad es capaz de alcanzar la redenci�n, que hemos visto representada en los nombres de los 20 d�as del calendario maya. Los nahuas tambi�n ten�an un simbolismo para este proceso regenerativo que es la finalidad �ltima de la creaci�n. Si esta finalidad no se alcanza, el mundo ser� destruido.

Una danza ind�gena —que permanece en la actualidad como vestigio de un ritual anterior a la Conquista— representa la danza de los cuatro soles y la muerte, por turno, de cada uno de ellos. S�lo pueden renacer a trav�s del poder del quinto sol, el cual gira a gran velocidad en el centro. Otra vez vemos en ella a los cuatro elementos, inertes e indefensos cuando est�n separados, y como generadores de vida cuando se unen en el movimiento.

A diferencia de los mitos, en las religiones mesoamericanas se observa una gran preocupaci�n en torno a la constituci�n misma del Sol y a sus movimientos —consideraban a la Tierra inm�vil con respecto al Sol—. Su inter�s se ve, por ejemplo, en el estudio de los pasos del Sol por el cenit de Teotihuacan, o en la conciencia de que cuando el astro estaba m�s lejos produc�a menos calor y quemaba con intensidad cuando estaba m�s pr�ximo. El calendario azteca es una bella muestra del alcance de los conocimientos de este pueblo en relaci�n con los movimientos del Sol.

A medida que las civilizaciones han avanzado en el conocimiento de los fen�menos naturales, se ha ido perdiendo la mistificaci�n del Sol para dar paso a su descripci�n cient�fica.

El primer intento por describir al Sol como un cuerpo celeste separado de conceptos mitol�gicos o religiosos se debi� a Anax�goras en el siglo V a.C. Supon�a que el Sol era una masa de hierro al rojo, m�s grande que el Peloponeso. Su suposici�n estaba basada en la observaci�n de un meteorito que cay� en Aegospotamia y que �l consider� que proven�a del Sol.

Con el descubrimiento del telescopio, Galileo Galilei, Johannes Fabricius, Christoph Sheiner y Thomas Harriot —casi simult�neamente (1610-1611)— descubrieron las manchas solares. Fue Galileo el que reconoci� su verdadera naturaleza de fen�menos solares. Dos siglos despu�s, en 1843, tras haber realizado observaciones del Sol durante 33 a�os, Samuel Heinrich Schwabe, un aficionado a la astronom�a, anunci� que el n�mero promedio de manchas solares variaba c�clicamente en un periodo de casi 10 a�os. En 1852 se precis� el periodo en 11.2 a�os y se reconoci� la posibilidad de la existencia de un periodo de 80 a�os.

Muchos de los importantes avances logrados en la astronom�a solar fueron resultado de la construcci�n de nuevos telescopios. La naturaleza f�sica y qu�mica de las manchas solares se reconoci� s�lo despu�s del desarrollo del espectroscopio. Actualmente el Sol est� clasificado como una estrella GIV, distante 1.5 x 108 km de nuestro planeta. Sin embargo, no se ha perdido su asociaci�n con la fuerza vital que renueva e ilumina la vida del hombre.

Miles de a�os antes de que los primeros hombres se maravillaran ante la presencia del Sol, las plantas ya utilizaban la energ�a solar para obtener, mediante complejas reacciones fotoqu�micas, las sustancias org�nicas b�sicas para desarrollar sus funciones vitales. C�mo las plantas absorben la energ�a solar, la almacenan y transforman en energ�a qu�mica es el contenido del siguiente cap�tulo.

NOTAS

1 Jacques Soustelle, El universo de los aztecas. FCE, 1982.

2 Irene Nicholson, comp., Mexican and Central American Mythology, Paul Hamlyn, Londres, 1967.

 

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